lunes, junio 04, 2012

El último patriarca de los Char cuenta la historia de su familia (Colombia)



El último patriarca de los Char cuenta la historia de su familia


El libro Pregunte por lo que no vea, de Henry Char, reconstruye la historia del influyente clan.

A Miryam Zehlaoui, matrona de la hoy poderosa e influyente familia Char, le tocó tan duro la crianza de sus hijos por las continuas guerras que aún no acaban en Siria, que varias veces se vio en la necesidad de amamantar al hijo de un vecino para conseguir comida.
Ocurrió cuando vino al mundo Henein, la menor de las mujeres de la familia Char Zehlaoui, en el año 1917. Por los mismos días nació el hijo de un vecino hacendado cuya madre no podía darle el seno. Entonces, a cambio de trigo, la mujer que engendró la semilla de la saga Char, amamantaba primero al niño vecino y después a su hija.
Así, escondiéndose de las balas, sufriendo las consecuencias de la tiranía otomana, primero, y francesa, después, empezó a forjarse una familia que llegó a Colombia en el siglo pasado huyendo de las sucesivas guerras y que a pulso y tesón se ha convertido en lo últimos años en referente comercial, económico y político de la región Caribe.
Esta parece una historia sacada de una película y cuya trama se hubiera perdido en las fragilidades de la memoria de no ser por la decisión que tomó uno de ellos, el último de la saga, de rescatarla en un libro: Pregunte por lo que no vea, Memorias de Henry Char.
El único vivo
Henry Char Zehlaoui, nacido en Damasco (Siria), en 1926, es el único vivo de los ocho hermanos Char Zehlaoui que, a partir de 1921, llegaron a Colombia, y como tal, la única persona que está en capacidad de contar cómo se levantaron de las cenizas de la guerra para construir su imperio en el Caribe.
Los 25 años que vivió al lado de sus padres en los barrios católicos de Damasco, los recuerdos gastronómicos que endulzan el paladar más desabrido, la ineludible evocación a la casa de 10 metros de ancho y ocho de fondo donde nacieron casi todos los hermanos, y las sufridas esperas de cartas y remesas de parte de los que partieron primero que él hacia Colombia, hacen que el libro se lea con el deleite de un cuento familiar.
"He querido narrar esta historia para dejar un legado a las nuevas generaciones de nuestra familia. Quiero que sepan de dónde vienen, cuál ha sido el recorrido", comenta.
A sus 86 años, Henry Char, exitoso hombre de empresas, está tan activo como hace 20 o 30 años. Aunque ha delegado parte de sus negocios a sus hijos, aún sale todos los días a trabajar en su oficina del edifico Ganem, juega golf a menudo y hace ejercicios a diario bajo el método pilates.
Y hace unos dos años, en una de esas tardes sentado en la terraza de su casa en Bocagrande, observando el horizonte hacia la línea de Damasco, se propuso dejar por escrito ese legado dirigido a 300 descendientes que hay de la familia Char en Colombia.
Con el acompañamiento de los periodistas Manuel Lozano y Gustavo Arango, Char narró, en 280 páginas, buena parte de sus recuerdos, con el sugestivo título Pregunte por lo que no vea, que era su frase de batalla cuando empezó a vender cacharros en el mercado de Cartagena.
En el libro narra, entre otras cosas, sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial, una parte de la convulsionada historia del pueblo sirio, la Cartagena y la Barranquilla de los años 50, y recoge sus reflexiones sobre la vida y el gran amor por el 'Corralito de piedra', ciudad a la que describe como un lugar con encanto y llena de gente alegre y solidaria.
Pero sobre todo, según el propio Char, es un libro fraterno, repleto de evocaciones de la Damasco de principios de siglo pasado, un homenaje a la solidaridad familiar, al amor filial y a la complicidad entre amigos. "Los Char no serían lo que son hoy día sino tuvieran ese grado de compromiso familiar tan alto y los valores y principios que nos rigen", sostiene.
Un hombre de empuje
Aunque Henry Char fue el último de sus ocho hermanos que llegó a Colombia, su astucia para los negocios, su experiencia ganada en Siria y Chipre como funcionario de la empresa inglesa Navy Army Air Force Institute, y como gerente del club de Suboficiales del Ejército Inglés, cuando tenía 22 años, hizo que muy pronto se amoldara a una nueva vida en América, a partir de 1951.
Antes habían llegado Nicolás, en 1923; Ricardo (padre de Fuad) en 1925; Rosita y Julieta, en 1929; Juan y Gabriel, en 1932, y Abdalá, en 1939, quienes se instalaron primero en Lorica y luego en Barranquilla y Cartagena.
El primero de agosto de 1923 llegó Nicolás a Puerto Colombia. Luego pasó a Calamar. De ahí, siguió a San Antero y luego, por el río Sinú, hasta llegar a Cereté. Después llegó a Ciénaga de Oro, donde una prima materna llamada Zakie. Pocos días después tomó la decisión de establecerse en Lorica, donde la colonia árabe era numerosa.
Henry no quiso quedarse en Lorica y prefirió las cálidas brisas de Cartagena.
Con buen olfato para los negocios
Henry cursó solamente hasta tercero de bachillerato, pero la experiencia en la vida le ha permitido aprender cuatro idiomas (árabe, francés, inglés y español). Según lo cuenta en sus memorias, el español lo aprendió en el mostrador. De ahí en adelante, gracias a su buen olfato para el negocio y, según él, a la Divina Providencia (compró una póliza contra incendio el día anterior a que se quemara su almacén y se ganó una lotería dos días antes de casarse), sus éxitos económicos no se hicieron esperar.
También atribuye a la Divina Providencia el haber conocido a Cecilia Muvdi, su esposa e hija de otro árabe que dejó huella en la Costa: Elías Muvdi, con quien tuvo sus cinco hijos y a quien le profesa un profundo amor.
"No he sido mujeriego porque puedo correr con el peligro de perder los tesoros más grandes que tengo: mi mujer y mis hijos", advierte.
Henry, ciertamente, fue el último en llegar pero fue el primero que visionó el negocio de los grandes supermercados, cuando inauguró el almacén MÁS en Cartagena, entre la Calle Larga y Calle del Arsenal, pionero de los almacenes Olímpica.
Tras 60 años de vivir en la Ciudad Heroica, se considera un costeño tan arraigado que también le tiene cierto fastidio a algunos 'cachacos'. Además del quibbe y la berenjena le gusta el sancocho y el bocachico, y también goza tanto con la música árabe como con la de la Costa Caribe y de América Latina.
Hoy, tras haber construido una vida repleta de victorias, Henry no olvida que es último vástago de la mujer que llegó a amamantar hijos ajenos para darle de comer a los suyos.

JUAN CARLOS DÍAZ M.
Corresponsal de EL TIEMPO
CARTAGENA



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