martes, marzo 14, 2017

La burbuja de las emociones: ¿se les ha ido la mano a marcas y empresas con lo emocional?

La burbuja de las emociones: ¿se les ha ido la mano a marcas y empresas con lo emocional?



Las emociones toman el poder, todo el poder

La burbuja de las emociones: ¿se les ha ido la mano a marcas y empresas con lo emocional?



Las marcas y empresas usan de forma excesiva las emociones para vender prácticamente cualquier cosa y ahora empiezan a usarlas en liderazgo
Publicado por Redacción en Marketing hace 18 horas
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Cuando a finales del siglo XVIII se publicó en Alemania Las desventuras del joven Werther, el libro se convirtió en un absoluto best-seller y su escritor, Goethe, en un autor de moda. La historia no solo se consumía con auténtica pasión (la gente se arrancaba los ejemplares de las manos para leerlo) sino que además hizo que empezasen las modas de los peregrinajes literarios y convirtió, casi seguramente, la vida de una mujer real en un tanto compleja. Charlotte Buff, una mujer que no se quiso casar con Goethe porque prefería a otro pretendiente, fue rápidamente identificada por los lectores como la Lotte de la historia y asediada por los peregrinos literarios.

¿Qué tiene que ver una novela de hace más de 240 años con el mundo del marketing y la dirección corporativa? Se podría pensar que, a primera vista, nada de nada, aunque lo cierto es que, si uno se pone a ver qué ocurría en la historia y cómo funcionaban las modas (literarias, artísticas, de moda...), se puede ver que en lo que pasó en el pasado se puede encontrar un eco de lo que pasa en el presente. Porque el Werther de Goethe es considerado uno de los primeros hitos del Romanticismo. Y, aunque el Romanticismo suele ser desechado rápidamente por los lectores actuales como ese momento ñoño en el que todos parecían estar muriendo por algo (amor, tisis, tristeza infinita..), lo cierto es que es muy útil para comprender a qué se están enfrentando las marcas y las empresas hoy en día.

Porque lo cierto no es que ya solo existan quienes hablan directamente de Romanticismo y marcas (hay un movimiento llamado Business Romantics) sino que además la propia esencia de lo que importaba en el Romanticismo es la esencia de muchos de los movimientos que están realizando ahora marcas y empresas. Como entonces, las emociones se han convertido en el epicentro de todo, en el motor que impulsa las relaciones entre compañías y consumidores. Entonces - como bien recordamos desempolvando las clases de literatura, arte o historia - el interés desmedido por las emociones vino marcado por la reacción al reinado de la razón en la Ilustración. Ahora - en el mundo corporativo y de negocio - las emociones también se están convirtiendo en la clave para aquellas firmas que intentan destacar de un modo completamente diferente a lo que estaban haciendo hasta ahora, en un mundo dominado por los datos, los análisis, los estudios y los fríos elementos altamente racionales.
El estado de las cosas

Este movimiento de las marcas y las empresas hacia el mundo de lo emocional frente a lo racional y medible tiene varias explicaciones. Por un lado, las firmas han empezado a comprender que los vínculos emocionales entre consumidores y marcas son mucho más sólidos que los otros. La neurociencia ha demostrado que tomamos decisiones de un modo irracional y subjetivo y los expertos han acuñado conceptos y teorías que apuntalan el poder de las emociones. La moda de las lovemarks no es más que eso, un capítulo más de la relación emociones-productos. Las lovemarks son marcas que han mostrado unos resultados mucho mejores que la media del mercado y lo han conseguido porque han logrado que sus consumidores las quieran.

Por otro lado, a medida que cada vez los consumidores reciben más información y desde más espacios y escenarios se ha hecho mucho más complicado conectar con ellos y destacar por encima del resto. Apelar a las cuestiones emocionales se ha convertido, pues, en una de las pocas llaves para ello.

Y, paralelo a todo ello, los consumidores han empezado a demandar esto. Si el Romanticismo irrumpió ligado a un cambio generacional que implicó un cambio en gustos y demandas, el frenesí emocional en lo que a marcas se refiere también ha venido marcado por ello. La irrupción de los millennials en el panorama de consumo ha implicado que se empiecen a valorar nuevos elementos y nuevos códigos de conducta y relación. Los millennials han empezado a pedir a las marcas que tengan sentimientos y que se comprometan emocionalmente. Y las marcas han metido las emociones y los sentimientos en todas partes.

https://youtu.be/Z5jNbNHVBAw

Las emociones toman el poder, todo el poder

Por tanto, se puede comprender por qué las marcas y las empresas están tan obsesionadas con las emociones y están prestando tanta atención a la cuestión, aunque lo cierto es que también empieza a aparecer una cierta sombra de duda, de cuestionar lo que está ocurriendo. Porque, aunque las emociones son valiosas y muy importantes, ¿no se estarán cruzando ya demasiados puentes? ¿No se habrá ido de las manos todo este boom de las emociones? Al fin y al cabo, no hay que olvidar, el frenesí emocional del Romanticismo llegó a un nivel tal que fue simplemente tachado de noñería excesiva por las generaciones siguientes. Las marcas y las empresas no pueden correr el riesgo de que les pase eso.

Y es que las emociones empiezan a estar por todas partes, una suerte de cupcakes (esa otra moda ubicua de los últimos años) de las decisiones empresariales. Por haber, hasta empieza a existir la corriente del Emotional Leadership, el liderazgo emocional.

En un panel que acaba de hablar de la cuestión en el influyente SXSW, los ponentes empezaron por abrazarse entre ellos. Aunque el arranque pueda parecer el punto culminante de la ñoñería (o un crossover excesivo con la moda de los abrazos gratis), la cuestión está ligada, como apuntan en The Drum, a tener en cuenta el impacto emocional en las decisiones del día a día de las empresas. Es decir, tener en cuenta cómo las emociones afectan a los empleados y cuáles son los límites emocionales. "Tienes que crear un entorno en el que la gente quiera venir a trabajar y que cuando te vean quieran abrazarte y eso está bien", señalaba un ponente.

En realidad, la idea, por lo que declara otro ponente, es más bien la de un entorno de trabajo en el que "no seas un imbécil" y en el que la gente se trate bien unos a otros. Esto es, recuperar esos principios que se han perdido en el camino hacia el mundo laboral y en el que no esté mal mostrar las emociones.

La cuestión parece más de lógica que otra cosa y el no tratar a la gente mal parece (con otras palabras) algo que se podría sacar de un manual de urbanidad de hace 40, 70, 100 y 200 años, solo que ahora está adobado con las ubicuas emociones.
La burbuja de las emociones

Y es que quizás las marcas y las empresas están en ese momento delicado en el que no es nada complicado cruzar la línea entre lo interesante o lo eficiente y lo pesado. Es decir, ¿se está acercando las marcas y empresas a simplemente haber creado una burbuja de las emociones, en la que toda esta cuestión emocional empieza a verse como una simple cháchara?

Lo hicieron ya con el buenrrollismo, ese exceso de querer ser felices que inundó los mercados en los últimos tiempos. Empezó con unos cuantos mensajes positivos bien recibidos para acabar pasando a ser un tsunami de felicidad en el que parecía que las tazas de Mr Wonderful perseguían a los consumidores allá donde fuesen, logrando hacer que una parte de los consumidores acabasen completamente saturados de esos mensajes de buen rollo y que los medios de tendencias y estilos de vida se llenasen de artículos sobre la importancia de estar de vez en cuando tristes.

https://youtu.be/b524yV9yZQw

De hecho, las marcas ya han quemado la felicidad. La felicidad está ya en todas partes, vendiendo prácticamente cualquier cosa y posicionando cualquier elemento, desde un coche a un lavavajillas. Los consumidores se han obsesionado con la felicidad, es cierto (solo hay que ver las búsquedas en Google para comprobarlo), pero el exceso de respuesta de los consumidores ha hecho que la felicidad haya dejado de tener significado y de ser relevante.

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