La Tienda de Nicolás, un reducto del pasado hermigüense que aún pervive - Opinión - Gomera Actualidad - GomeraActualidad.com Periodico Digital de La Gomera
La Tienda de Nicolás, un reducto del pasado hermigüense que aún pervive
COLABORADORES
Editorial | 10 de Septiembre de 2016
Regentada por su hija Merchy, este emblemático establecimiento de víveres y varios, ha sabido resistir el paso del tiempo y el cambio en las “modas” del comercio minorista.
Los pequeños comercios de los pueblos de La Gomera, y en concreto los del Valle de Hermigua, han ido cerrando sus puertas lenta pero inexorablemente; unos, porque quienes les fundaron ya han dejado para siempre el municipio y otros, por falta de relevo generacional o rentabilidad.
Atrás quedaron aquellos hornos de pan hecho a leña como el de Antonio y Adela en el Lomo de San Pedro, carnicerías como la de Manuel y Concha, O la de Juan y Tomasa, tiendas de ropa como “la del árabe” y muchas de “ultramarinos” que se contabilizaban a casi dos por barrio.
Enumerarlas a todas podría llevarme a cometer un desafortunado error, imperdonable por mi parte dado que, como he dicho, eran tantas que no podría recordarlas todas y sobre todo porque sus propietarios y fundadores, ejercieron el comercio que; aunque intentaban ganarse un más que justo jornal, ejercían a su vez una gran labor social con sus convecinos.
Entre las que recuerdo estaba la de Bernardo en la Plaza de La Encarnación, sin olvidar la de Alejo en la Vecindad o “La Recoba”, regentada esta última por Jacinto y Antonia. También podíamos comprar en la de “Tatino” o la de “Suarez”, aunque ésta fue una de las últimas en cerrar sus puertas.
Foto: imagen de "La Recoba" en el barrio del Curato
En el Valle Alto muy afamada era la Tienda de Antonio y Laureana, lugar en el que igual adquirías azúcar, café y demás comestibles, que igual podías degustar el taperio que Antonio servía con abundante y generoso vino del país. Sobra decir que por ese entonces, los vinos embotellados no se vendían, más que nada por escasos o por tener un precio prohibitivo.
Del mismo modo no puedo olvidar la tienda de Ángel Curbelo, más conocida como “Casa Cuca” y que no sólo vendía lo vendible sino que también, su pequeña cantina en la que ofrecía ñames y carne de cochino, todo ello acompañado de un buen mojo “rabioso” y mucho vino, era ampliamente visitada. Hasta desde San Sebastián venían gentes para degustar su incipiente cocina.
La de Lucila en el Barrio de la Punta de la Vereda fue una tienda que también recuerdo, más que nada, por ser lugar de paso hacia el barranco de Monteforte y el barrio del Estanquillo, lugares en los que por aquel entonces eran espacios para lavar la ropa el primero y llevar la “molienda” el segundo.
Otra tienda que fue un punto de encuentro y compras fue la de don Pancho Cámara en el barrio de La Cerca o la de don Emilio y doña Isabelita, comercio que, este último y por mi edad, recuerdo con mayor nitidez y sobre todo porque, era raro que sus regentes, aunque prestos al fiado como el resto de Comerciantes del pueblo, no te recordasen que en “tu compra” te faltaba “una pesetita”.
Foto: Imagen de la tienda de Emilio Trujillo en el barrio de Las Casas
También estaba la de Miguel en las Hoyetas, comercio del que guardo más vivencias por ser este uno de los más frecuentados en mi niñez y ser el más cercano a mi casa y en el que también, al igual que el resto, existía esa “cantina” donde se servían “las mañanas” o se aprovechaban para vender el “vino de la casa”.
La zona y barrio del Convento también disponía de su lugar de compras en la Tienda de Manuel Mendez, “ventero” serio y de regias costumbres pero, propenso a veces en agasajar con algún caramelo a la “chiquillada” que, sin comprar nada, pasábamos por su puerta.
En todos ellos, quien no recuerda aquellos libros que, sobre una esquina del mostrador, esperaban “los apuntes” del tendero tras despachar al vecino lo solicitado y esperando pacientemente a que este cobrase el importe de los plátanos que previamente había entregado a “los talleres” de empaquetado del valle. Tiempos de dificultades en los que los comerciantes de Hermigua jugaron, a mi juicio, un papel importante, en aras de “aliviar” las maltrechas economías familiares merced a “sus fiados” (créditos).
Otra característica similar en todas, aparte de “apuntar” la compra hasta que se cobrase, era la de que servían como lugar de encuentro; algo así como el Facebook actual pero sin “estados” ni “emoticonos”; unos espacios en los que podías enterarte de “todo lo vivo” incluido lo tuyo.
En fin, que entre kilo de azúcar o “cuarto y mitad” de sardinas saladas y prensadas que venían en barriles de madera, te enterabas de quien había “dado a luz” o quien había cosechado mejor vino, entre otras cotidianidades.
Como quiera que, el anecdotario de lo sucedido en aquellos comercios hermigüenses de la época resultase demasiado extenso para relatarles en este artículo y del que además tampoco es el objetivo, pasemos a recordarles algunas particularidades de la que aún y pese a los tiempos se resiste a cerrar; el único establecimiento de solera que pervive.
La tienda de Nicolás, ahora regentada por su hija, la recuerdo desde siempre; asentada en la Punta de la Vereda, lugar vigía desde el que se disfruta de una vista que comprende casi todo el pueblo.
Frecuentado por vecinos del barrio y de otros, era punto de encuentro y compras donde se adquiría casi de todo, tanto que, hasta los novedosos “polos” con el palillo de madera podían pedirse allí.
Ya no están las estanterías de madera o aquel inmenso mostrador que parecía no tener final, ya no se venden aquellos artesanales “polos” de granadina; tampoco se despacha el azúcar o harina a granel y mucho menos se envuelve de aquella manera tan peculiar en papel basto pero, lo que si es cierto que, pese a estar remodelada y ofrecer otra variedad de cosas incluida la ropa, aún conserva ese espíritu de Tienda de barrio con la que fue fundada.
Queda claro que me salieron los dientes en una de estas tiendas de pueblo, atiborradas de todo cuando se pueda imaginar y que se ofrecía al lugareño a muy pocos metros de su casa, algunos de los artículos en venta que a mí me resultaban inverosímiles y que desde luego, hoy no sería posible encontrar en un solo comercio.
Se vendían Catecismos, libros de abecedario y primera enseñanza, libritos de primera comunión, tinteros, postales de amor y de Navidad, papel barba que servían para los documentos de compra y venta de las casas, Ovillos de hilo de coser, bordar y tricotar; sombreros y boinas, martillos y palustres; adornos y figuritas del Belén, juguetes para el día de Reyes, y por supuesto, golosinas de todo tipo…
Hoy con el recuerdo, he querido regresar a mi primer hogar y antigua tienda de la que no quedan sino muros ennegrecidos por la humedad y estanterías vacías carcomidas por el tiempo y en las que aún quedan algunos objetos que se me antojan hojas marchitas de la arboleda mustia de un cementerio.
Y mientras los veo, me viene a la mente una frase que, casi sin querer se me escapa en voz alta: “ Es mi nostalgia infinita de otras latitudes lo que hace que, mi corazón se estremezca de alegría por haber nacido aquí donde he nacido”
Es la suerte que han corrido las innumerables tiendas donde se vendía de todo en los pueblos de La Gomera y como no, los de Hermigua.
José Andrés Medina, Editor y Director de GomeraActualidad.com
La Tienda de Nicolás, un reducto del pasado hermigüense que aún pervive
COLABORADORES
Editorial | 10 de Septiembre de 2016
Regentada por su hija Merchy, este emblemático establecimiento de víveres y varios, ha sabido resistir el paso del tiempo y el cambio en las “modas” del comercio minorista.
Los pequeños comercios de los pueblos de La Gomera, y en concreto los del Valle de Hermigua, han ido cerrando sus puertas lenta pero inexorablemente; unos, porque quienes les fundaron ya han dejado para siempre el municipio y otros, por falta de relevo generacional o rentabilidad.
Atrás quedaron aquellos hornos de pan hecho a leña como el de Antonio y Adela en el Lomo de San Pedro, carnicerías como la de Manuel y Concha, O la de Juan y Tomasa, tiendas de ropa como “la del árabe” y muchas de “ultramarinos” que se contabilizaban a casi dos por barrio.
Enumerarlas a todas podría llevarme a cometer un desafortunado error, imperdonable por mi parte dado que, como he dicho, eran tantas que no podría recordarlas todas y sobre todo porque sus propietarios y fundadores, ejercieron el comercio que; aunque intentaban ganarse un más que justo jornal, ejercían a su vez una gran labor social con sus convecinos.
Entre las que recuerdo estaba la de Bernardo en la Plaza de La Encarnación, sin olvidar la de Alejo en la Vecindad o “La Recoba”, regentada esta última por Jacinto y Antonia. También podíamos comprar en la de “Tatino” o la de “Suarez”, aunque ésta fue una de las últimas en cerrar sus puertas.
Foto: imagen de "La Recoba" en el barrio del Curato
En el Valle Alto muy afamada era la Tienda de Antonio y Laureana, lugar en el que igual adquirías azúcar, café y demás comestibles, que igual podías degustar el taperio que Antonio servía con abundante y generoso vino del país. Sobra decir que por ese entonces, los vinos embotellados no se vendían, más que nada por escasos o por tener un precio prohibitivo.
Del mismo modo no puedo olvidar la tienda de Ángel Curbelo, más conocida como “Casa Cuca” y que no sólo vendía lo vendible sino que también, su pequeña cantina en la que ofrecía ñames y carne de cochino, todo ello acompañado de un buen mojo “rabioso” y mucho vino, era ampliamente visitada. Hasta desde San Sebastián venían gentes para degustar su incipiente cocina.
La de Lucila en el Barrio de la Punta de la Vereda fue una tienda que también recuerdo, más que nada, por ser lugar de paso hacia el barranco de Monteforte y el barrio del Estanquillo, lugares en los que por aquel entonces eran espacios para lavar la ropa el primero y llevar la “molienda” el segundo.
Otra tienda que fue un punto de encuentro y compras fue la de don Pancho Cámara en el barrio de La Cerca o la de don Emilio y doña Isabelita, comercio que, este último y por mi edad, recuerdo con mayor nitidez y sobre todo porque, era raro que sus regentes, aunque prestos al fiado como el resto de Comerciantes del pueblo, no te recordasen que en “tu compra” te faltaba “una pesetita”.
Foto: Imagen de la tienda de Emilio Trujillo en el barrio de Las Casas
También estaba la de Miguel en las Hoyetas, comercio del que guardo más vivencias por ser este uno de los más frecuentados en mi niñez y ser el más cercano a mi casa y en el que también, al igual que el resto, existía esa “cantina” donde se servían “las mañanas” o se aprovechaban para vender el “vino de la casa”.
La zona y barrio del Convento también disponía de su lugar de compras en la Tienda de Manuel Mendez, “ventero” serio y de regias costumbres pero, propenso a veces en agasajar con algún caramelo a la “chiquillada” que, sin comprar nada, pasábamos por su puerta.
En todos ellos, quien no recuerda aquellos libros que, sobre una esquina del mostrador, esperaban “los apuntes” del tendero tras despachar al vecino lo solicitado y esperando pacientemente a que este cobrase el importe de los plátanos que previamente había entregado a “los talleres” de empaquetado del valle. Tiempos de dificultades en los que los comerciantes de Hermigua jugaron, a mi juicio, un papel importante, en aras de “aliviar” las maltrechas economías familiares merced a “sus fiados” (créditos).
Otra característica similar en todas, aparte de “apuntar” la compra hasta que se cobrase, era la de que servían como lugar de encuentro; algo así como el Facebook actual pero sin “estados” ni “emoticonos”; unos espacios en los que podías enterarte de “todo lo vivo” incluido lo tuyo.
En fin, que entre kilo de azúcar o “cuarto y mitad” de sardinas saladas y prensadas que venían en barriles de madera, te enterabas de quien había “dado a luz” o quien había cosechado mejor vino, entre otras cotidianidades.
Como quiera que, el anecdotario de lo sucedido en aquellos comercios hermigüenses de la época resultase demasiado extenso para relatarles en este artículo y del que además tampoco es el objetivo, pasemos a recordarles algunas particularidades de la que aún y pese a los tiempos se resiste a cerrar; el único establecimiento de solera que pervive.
La tienda de Nicolás, ahora regentada por su hija, la recuerdo desde siempre; asentada en la Punta de la Vereda, lugar vigía desde el que se disfruta de una vista que comprende casi todo el pueblo.
Frecuentado por vecinos del barrio y de otros, era punto de encuentro y compras donde se adquiría casi de todo, tanto que, hasta los novedosos “polos” con el palillo de madera podían pedirse allí.
Ya no están las estanterías de madera o aquel inmenso mostrador que parecía no tener final, ya no se venden aquellos artesanales “polos” de granadina; tampoco se despacha el azúcar o harina a granel y mucho menos se envuelve de aquella manera tan peculiar en papel basto pero, lo que si es cierto que, pese a estar remodelada y ofrecer otra variedad de cosas incluida la ropa, aún conserva ese espíritu de Tienda de barrio con la que fue fundada.
Queda claro que me salieron los dientes en una de estas tiendas de pueblo, atiborradas de todo cuando se pueda imaginar y que se ofrecía al lugareño a muy pocos metros de su casa, algunos de los artículos en venta que a mí me resultaban inverosímiles y que desde luego, hoy no sería posible encontrar en un solo comercio.
Se vendían Catecismos, libros de abecedario y primera enseñanza, libritos de primera comunión, tinteros, postales de amor y de Navidad, papel barba que servían para los documentos de compra y venta de las casas, Ovillos de hilo de coser, bordar y tricotar; sombreros y boinas, martillos y palustres; adornos y figuritas del Belén, juguetes para el día de Reyes, y por supuesto, golosinas de todo tipo…
Hoy con el recuerdo, he querido regresar a mi primer hogar y antigua tienda de la que no quedan sino muros ennegrecidos por la humedad y estanterías vacías carcomidas por el tiempo y en las que aún quedan algunos objetos que se me antojan hojas marchitas de la arboleda mustia de un cementerio.
Y mientras los veo, me viene a la mente una frase que, casi sin querer se me escapa en voz alta: “ Es mi nostalgia infinita de otras latitudes lo que hace que, mi corazón se estremezca de alegría por haber nacido aquí donde he nacido”
Es la suerte que han corrido las innumerables tiendas donde se vendía de todo en los pueblos de La Gomera y como no, los de Hermigua.
José Andrés Medina, Editor y Director de GomeraActualidad.com