martes, junio 27, 2006

La era de los centros comerciales gigantes


Piedad Gómez y Luisa Pinto, detrás del megaproyecto Santafé

Mauricio Sojo Vásquez


Dijo alguna vez José Saramago, ganador del Nobel de Literatura y autor de La Caverna, que “antes la mentalidad se formaba en una gran superficie llamada catedral, y ahora se forma en otra gran superficie llamada centro comercial, que es la catedral de nuestro tiempo, y quizá también la universidad de nuestro tiempo”. Y al dar una mirada al centro comercial Santafé, una imponente mole que se levanta a un costado de la Autopista Norte, justo en la entrada de Bogotá, se entiende fácilmente la idea de Saramago.

Al menos arquitectónicamente, tanto la catedral como el centro comercial son concebidos desde sus cimientos para generar asombro en sus visitantes, para causar una sensación de sobrecogimiento, de comodidad y de tranquilidad. Estas máximas se cumplen al pie de la letra en Santafé, el proyecto comercial más grande de Colombia en los últimos años, construido por Pedro Gómez & CIA en un terreno de Inversiones La Bastilla.

Hablemos de cifras. Dicen de Santafé que es el centro comercial más grande de Suramérica, y si esto no es del todo cierto, de seguro sí lo es en Colombia. Con 480 locales (391 en la primera etapa y 89 en la segunda, que se concluirá en diciembre de este año), en 215.000 metros cuadrados de construcción (incluyendo parqueaderos para 2.500 vehículos) y con una inversión de 280.000 millones de pesos, ningún otro centro comercial del país se acerca al tamaño del Santafé.

Detrás de esta enorme catedral moderna está el trabajo de dos mujeres, Luisa Pinto y Piedad Gómez, de Pinto & Gómez Arquitectos, encargadas del diseño del que es el centro comercial más ambicioso del país. Se conocieron hace unos años cuando comenzaron a trabajar en el Departamento de Diseño de Pedro Gómez & CÍA, donde estuvieron a cargo de proyectos de cierto tamaño. Por su mesa de dibujo pasaron los planos de por lo menos media docena de centros comerciales en varias ciudades del país e incluso en Panamá.

Hoy, Luisa y Piedad son socias de la firma de arquitectura especializada en centros comerciales de más renombre en Colombia. Tienen el negocio en la cabeza, lo comprenden a la perfección, lo manejan con la experticia que sólo da la práctica. Saben que las reglas ineludibles en cualquier proyecto comercial parten de espacios amplios, pocas columnas, generosidad en las áreas comunes, y líneas limpias. Pero a partir de estos simples parámetros arquitectónicos, el diseño de centros comerciales es una ciencia que se ha perfeccionado con los años.

De San Diego a Santafé

Hace 32 años, Tomás Santamaría y Rodrigo Mora Montoya inauguraron el primer centro comercial de Colombia, el San Diego, en Medellín, y a partir de ese momento la historia del comercio en Colombia empezó a cambiar. Hoy existen más de 300 centros comerciales en el país y una treintena viene en camino, la mayoría en Bogotá, para atender la creciente demanda del público en materia de consumo, recreación, tecnología y espacios culturales. Sin embargo, los expertos consideran que en un país que sobrepasa los 40 millones de habitantes hablar de ese número es aún muy bajo.

Los centros comerciales son un invento relativamente nuevo, aunque en poco tiempo su diseño ha cambiado. Antes, el comercio era lo importante, y al rededor de los locales giraba todo el entorno. Unicentro, por ejemplo, que hace poco cumplió 30 años, no contaba con una plaza de comidas ni con un complejo de cines, servicios que se añadieron en reformas posteriores.

La nueva tendencia es construir espacios donde predomine el entretenimiento. “Los centros comerciales se están volcando hacia el área de diversiones, pero si ésta no está articulada con una gran zona comercial, no tiene sentido”, explica Piedad Gómez. Sin embargo, en los centros comerciales de la llamada Tercera Generación, priman más la diversión y la cultura, antes que el mismo comercio, a diferencia de lo que sucedía hace 30 años. Hoy son inconcebibles sin sus zonas de comidas, bancos, teatros, boleras, cines, centros de esparcimiento, zonas de espectáculos e hipermercados. Incluso, en algunos países cuentan con estaciones subterráneas donde convergen las líneas del metro y las rutas de los buses.

Hoy, los centros comerciales deben responder a las necesidades de esparcimiento, compra y reunión de los usuarios. “Son los puntos de encuentro. La gente no sólo viene a comprar sino también a caminar, a socializar, a comer, a tomar un café, a ver cine, en fin. Es el lugar donde podemos sentirnos seguros, es agradable, cómodo y siempre está limpio. No es como la calle con sus inclemencias, con sus aceras destruidas y sucias, con la lluvia y la contaminación. Mientras estás dentro del centro comercial te sientes protegido”, asegura Piedad Gómez.

Pero todas estas virtudes no significan, en opinión de Luisa Pinto, que el comercio de calle tenga sus días contados, porque son diferentes y pueden convivir. Una muestra es la Carrera 15, al norte de Bogotá, una vía en decadencia, sucia y ruidosa, hasta que se intervinieron sus andenes y se le dio una cara más amable para el peatón. Ahora, es una de las principales vías comerciales de la ciudad.

Según Piedad Gómez, aparte de los servicios que se ofrezcan, la funcionalidad es la base de los grandes proyectos comerciales. Lo más importante es que la construcción permita que las vitrinas sean protagonistas. El espacio debe ser agradable, generoso, luminoso y con diseños adecuados de pisos, barandas y acabados. Debe ser confortable para los compradores, con lugares de descanso y zonas de baños. Además, su diseño debe ser atemporal, alejado de modas y tendencias, para que con los años y con el paso de las modas no se vea obsoleto.

Alto impacto

Santafé es particular porque no fue concebido como una alternativa zonal sino como un centro comercial de impacto metropolitano, con la intención de aportar a la ciudad, desde una perspectiva arquitectónica, de esparcimiento y de comercio. Tras el anuncio de sus descomunales dimensiones se formó una expectativa igual de grande en los bogotanos, a tal punto que luego de su inauguración el flujo de curiosos sobrepasó los cálculos.

El resultado fue un caos de tránsito que desató la polémica en torno al impacto de las grandes construcciones sobre la ciudad. Aunque los trancones interminables en la Autopista Norte, una de las principales vías de entrada a la ciudad, ya existían desde mucho años antes de la apertura del Santafé, fue sólo cuando el centro comercial abrió sus puertas que este problema se hizo evidente. Como es natural, todos los dedos inquisidores señalaron a los constructores de la mole.

“Pero cualquier proyecto de cierta envergadura produce un impacto en su entorno. Bogotá, de hecho, es un caos de tráfico, y las obras lo acentúan. La realidad, y lo que debería ser el verdadero debate, es que existe un atraso vial evidente. Si no es por los problemas de tráfico que produjo inicialmente el Santafé, nunca nadie se abría fijado en las condiciones caóticas que ofrece la Autopista Norte. Desde siempre la Autopista ha sido un embudo, pero sólo ahora que hay un doliente empiezan los señalamientos”, dice Luisa Pinto.

Lo que queda en evidencia es que la ciudad no está preparada en términos de infraestructura para asumir el desarrollo que proponen los constructores. “La gente culpa a Santafé por el caos en la Autopista”, se queja Piedad Gómez, “pero la verdad es que en el interior del predio está resuelto el control de tráfico, al generar las filas de entrada internamente. Sólo los más recientes centros comerciales en Bogotá incluyen en sus diseños un estudio de tránsito aprobado. Unicentro no lo tuvo. Andino no lo tuvo. Como constructores y diseñadores nosotros minimizamos el impacto de los proyectos, pero el Distrito también tiene que desarrollar a la par, porque no importa si se trata de proyectos comerciales o de vivienda, siempre habrá un impacto en el tránsito”.

En el caso de Santafé, la Autopista Norte se amplió un carril frente al centro comercial, se generaron accesos amplios para que las filas de entrada o salida quedaran dentro del predio y se tiene proyectada la construcción de un puente vehicular cuyos diseños están listos desde hace un año pero no se ha empezado a levantar, según explica Piedad Gómez, por la lentitud en la entrega de permisos por parte del Distrito. Mientras tanto, al problema de movilidad en la Autopista Norte se le ha dado una solución de pañitos de agua tibia. Pero no es suficiente.

“En la ciudad se construye para solucionar los problemas que revientan, pero nunca para prever los que puedan surgir en el futuro. Si en Bogotá no se intensifica el desarrollo vial, éste quedará rezagado, generará problemas de movilidad y empezará a limitar la construcción”, sentencia Piedad Gómez.

Y hoy, en pleno auge de la construcción de centros comerciales, se podría anticipar que el futuro vendrá con megaestructuras levantadas en los extremos de la ciudad, en zonas relativamente despobladas, lo cual será un reto para la movilidad. El Distrito lo debe empezar a prever. Así como en la construcción de catedrales existió el auge de los espacios descomunalmente grandes, ahora el turno del gigantismo es para los centros comerciales. Se esperan lugares que agrupen la solución a todas las necesidades de los compradores y de los vendedores. Ante esta perspectiva, el Santafé, aún con todas las críticas que ha recibido, es un anticipo de la magnificencia de la era de los grandes centros comerciales. Visto así, Saramago tenía razón.

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