sábado, octubre 19, 2013

Plaza de mercado, para mercar y regatear (Colombia)


ElColombiano.com

Plaza de mercado, para mercar y regatear
Uno de los atractivos de mercar en plaza es que el mismo cliente ayuda a despacharse. Escoge y empaca. FOTO RÓBINSON SÁENZ.
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Plaza de mercado, para mercar y regatear

Mercar en plaza da la sensación de estar cerca al campo. La gente halla variedad y puede regatear precios.
Por JOHN SALDARRIAGA | Publicado el 19 de octubre de 2013
Que el aguacate está a dos mil el kilo, dice el vendedor. Ah, pero no tengo sino mil ochocientos, repone la mujer. Aquel hace como que lo piensa y luego díce: Échelo.

El verbo que resume la actividad de las plazas de mercado es barequear. Se conjuga sin usarlo, porque no hay que pensar en él ni pronunciarlo para ponerlo en práctica.

Aristides Castaño, en la plaza de Campo Valdés, una plaza pequeña y con el sabor del barrio en el que está incrustada, metido en el olor a cilantro de su legumbrería, dice que hay clientes que saben negociar y que están enterados de los precios. Preguntan, por ejemplo, a cómo está la papa. A mil doscientos, le responden. No no me sirve. Me sirve a novecientos.

Y es una de las ventajas que encuentran quienes acuden allí a mercar y las que señalan los vendedores.

"Por eso viene la gente a la Plaza de Mercado; porque uno pide y ella ofrece", dice HugoCastaño, hermano de Aristides, también legumbrero desde hace más de 40 años y también metido entre el olor de la cebolla de rama, que organiza en manojos.

"Muy distinto a un supermercado, que uno debe atenerse a lo que dice el papelito", agrega Mario, el vendedor de hierbas medicinales de la misma plaza. Abre la puerta de su puesto, una puerta como de armario, y sale un vaho de aromas en el que el de la ruda pelea por la primacía con el de las bolitas de naftalina. Él aprovecha la quietud de las tardes para organizar el puesto y, de cuando en cuando, para caminar al cafetín a tomarse una cerveza.

Le sobra para el taxi
"Por eso vengo desde San Javier —indica Mercedes, una mujer dueña de la amabilidad y la locuacidad que dan a algunos los años, haciendo mercado en la Minorista. Un costal a medio llenar descansa sobre una butaca, por fuera del mostrador de una tienda de abarrotes. Ella respira el olor de los detergentes—. En la plaza todo es fresco, hay mejor precio. Si por la casa merco con cien mil, por aquí abajo, me la rebusco y merco con 70 mil, y eso es platica". 

Cuenta que le gusta llegar temprano, a las seis está bien, cuando la plaza está abarrotada de gente. Clientes escogiendo sus legumbres en bolsitas plásticas y poniéndolas en una canasta; otros deambulando por ahí, como sin rumbo, y otros más parados, como ajenos al agite, leyendo los precios en un tablero. Cargadores de racimos de plátanos por unos pasillos; otros, con un cerdo al hombro, "¡permiso, niña, que la mojo…"; carretilleros con sus cargas de flores... Compra el grano aquí, las arepas allí, la carne más alla... Y después le sobran muchachos que ofrecen sus hombros para cargarle el bulto del mercado hasta el taxi.

"Pero hoy me voy en bus. Este costal no se va a llenar porque no traje casi plata. Pero igual los muchachos me cargan la bolsa hasta la calle y yo les doy una bobadita".

Para qué madrugar, le pregunto, si la Minorista la cierran al caer la tarde y después del mediodía, cuando los vendedores están desatacados, pesando moras y metiéndolas en bolsitas de a kilo aquí, limpiando pescados allí, preparándolo todo para la madrugada de mañana, cuando los pasillos están libres, limpios ya... los precios no suben y más te oyen si quieres regatear. Pero no sabe qué decir. ¿Será la magia de la congestión? ¿La vitalidad del movimiento? ¿La seducción de los arrumes? ¿El olor de las frutas por la mañana o de las ramas de apio todavía mojadas?

Y allí, en la Minorista, hay restaurantes para todos los gustos... y bolsillos. Desde los sencillos, donde la comida es abundante y sazonada; hasta los elegantes, con mesas decoradas con flores y velas, donde cuentan que se amaña el Gobernador.

"Lo mejor de la las plazas es el precio". Dice Natalia Ospina. "No —la contradice su madre, Elvia—. A mí lo que más me gusta es que me preguntan: ‘Cómo le sirve el mango’. Y la dejan a una escoger y escoger a su antojo y si quiero me llevo lo mejor y les dejo lo otro ahí. Y que además al final siempre pido la encima y me la dan. Dos mangos, en la legumbrería; tres huesos en la carnicería; media librita de fríjol en el granero... Y eso va sumando". Elvia respira hondo el olor de las arepas de una tienda inmensa, cuyo letrero dice: «Arepas caceras, arepas blancas, arepas amarillas, arepas de mote, arepas de sancochado, arepas de queso, arepas de chócolo, arepas de soya, arepas de yuca, arepas de salvado, arepas cuadradas...»

Ella se antoja de flores
"Cuando era niño venía a mercar con mi mamá a la Plaza de La América —evoca un Javier sin apellido—. Para mí era una diversión. Yo podía antojarme de algo: una chocolatina, unos masmelos, una galleta negra. Mercábamos y después nos quedábamos a desayunar. Ahora salgo con mi hija, Laura, a mercar los sábados. Es la única de la casa que lo disfruta. Tiene once. Al menos mientras le guste salir conmigo, usted sabe. A veces vamos a la Mayorista, otras a la Minorista y también a esta que frecuentaba con mamá".

Cuando Javier quiere meterse a la cocina un domingo a preparar comida de mar, su especialidad —"¡qué tal unos mejillones… O no, mejor unas almejas o unas colitas de langosta", le dice su esposa—, prefiere mercar en la Mayorista. Allá hay tiendas tan especializadas que son buscadas por los chefs de los restaurantes más selectos —y costosos— de Medellín, porque lo tienen todo. Laura interviene para decir que su papá ya les preparó pulpo.

"Laura siempre se antoja de flores", revela él.

LA MICROHISTORIA

EL SECRETO ES DEJAR LA TIMIDEZ

Una mujer fuerte carga su bulto al hombro, buscando víveres por toda la Plaza Minorista. Mira, revisa las legumbres, camina otro poco, mira en otro puesto, compara mentalmente con lo que vio en el anterior, se devuelve... Es Consuelo. "Escriba así: Consuelo a secas".

"Yo llevo como treinta años viniendo a la Minorista. Me gusta mercar en plaza de mercado por la variedad. Madrugo y revuelo. Camino por todas partes. Ya muchos me conocen. Y me va muy bien.

El secreto de saber mercar en una plaza es madrugar, comparar precios y dejar la timidez a un lado para negociar. El negocio depende de la capacidad que usted tenga para regatear".

Mientras conversa, ella tiene que sentir ese fuerte olor a queso costeño que invade esta zona. Pero después de hablar, sigue de largo por las queserías sin mirar a un hombre que parte un cubo de queso con un cuchillo de 40 centímetros, para llegar, unos metros más allá, a los puestos de pescado.

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