sábado, junio 10, 2006

EL CENSO EN MIGAS



COMO YA LO HABIAMOS DICHO, HAY VECES QUE HAY QUE "SUBIR" A ESTE BLOG ALGO DE HUMOR Y ENTRETENIMIENTO. ESTOS APARTES TOMADOS DEL LIBRO DEL CENSO 2005 3N COLOMBIA SON BIEN AGRADABLES DE LEER.


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Edición del 10 de junio de 2006


Junio 7 de 2006
Conozca anécdotas divertidas y escabrosas reveladas por quienes realizaron el Censo 2005

Ellos fueron testigos de intimidades y aventuras de sus compatriotas. Un libro recogió algunos de estos testimonios inéditos.

Una comunidad indígena tan extraviada que sus miembros no tienen nombres y se llaman a señas; una encuestadora que censa a tres hombres que pocas horas antes la habían atracado; un pueblo que vive con la comida, el combustible y la hora de Venezuela; unos encuestadores que asisten a una batalla a flechazos entre dos tribus; un matrimonio gitano que vive aislado en un parque natural, son algunas historias de la Colombia que conmueve y hace reír y de la cual fueron testigos quienes realizaron el pasado censo. Algunas fueron recopiladas por René Pérez, apoyado en la investigación de Luz Stella Betancourt, en un libro patrocinado por el DANE. Esta es una muestra.

Historia para olvidar

Aunque han transcurrido muchas semanas desde aquella mañana en que Hugo Armando Aguirre vivió la peor de sus experiencias, todavía se le estruja el alma cuando la recuerda. Si es que en algún momento la olvida.

Por eso siempre que se refiere a ella, la rememora con las mismas palabras, con la misma pesadumbre y con el mismo padecimiento. Y a pesar de que intenta arrojarla al mundo de lo irrecuperable, no lo puede hacer porque se le quedó remachada en todo el cuerpo.

Mil veces le han preguntado con el consabido "cómo fue eso", y él no puede omitir un milímetro ni un segundo de lo que nunca hubiera querido enterarse:

- Yo soy de Manizales y allí supe de la convocatoria del censo. Me presenté con unos amigos a ver si nos aceptaban. Nos dijeron que primero teníamos que recibir capacitación y luego nos hacían un examen. Lo pasé y quedé en el grupo de trabajo. Me seleccionaron para censar todas las comunas, que son grupos de barrios unidos geográficamente.

Con su vinculación al Dane, Hugo Armando no podía estar sino feliz, por la simple razón de que aun siendo técnico en sistemas no tenía trabajo. Desde muy temprano salía de su casa, con los documentos del censo bien ordenados en el maletín de trabajo. Una mañana se despidió de su familia más temprano. -Me voy a un barrio estrato 5, de esos que pertenecen a un nivel socio económico alto dijo en la puerta.

En efecto, se trataba de una residencia que no podía albergar sino gente adinerada, y además de buen gusto. Eso lo pensó ante de timbrar, y lo comprobó cuando quien le abrió la puerta fue una señora alta, elegante y de ademanes refinados. Sin complicaciones de ninguna especie, lo invitó a seguir. Se sentaron en una espaciosa sala. Él en un poltrona y la dama como la calificaba mentalmente en un sofá. Hugo Armando le preguntó si había alguien más. -No, le contestó la señora-, mi esposo está en el trabajo pero no demora.

Hugo Armando sacó los documentos y paso a paso se fue desarrollando el cuestionario, que la señora respondía con precisión y de manera concreta, sin rodeos. Hasta que llegó a las preguntas que nunca hubiera querido hacer:

- ¿Tiene hijos?

- Sí, le respondió.

- ¿Cuántos?

- Uno.

- ¿Vivo o muerto?

- Muerto.

- Perdón, señora, le respondió Hugo Armando reprochándose en voz baja por la inoportuna pregunta. Pero la señora no lo escuchó porque comenzó a ahogarse en sus propias lágrimas y gemidos. Tranquila señora, cálmese, no piense en lo que le pregunté -le repetía. Aun así no lograba calmarla. Al contrario, se iba trastornando cada vez más. De nuevo le pidió perdón, pero ella no pudo prestarle atención porque se fue como alejando de la vida.

No tuvo salida distinta a la de llamar a su supervisora. Le explicó lo que había sucedido e intentaron serenarla. No lo lograron. Así, aturdidos por la angustia y la impotencia, pasaron diez minutos; hasta que un rayo de lucidez les aclaró la mente. Busquemos al esposo le propuso Hugo Armando a su compañera de labores.

Al instante estaba al frente de la dolorosa situación y con unos masajes y esencias logró que la señora recuperara el sentido. Entonces fue cuando Hugo Armando se enteró de la espantosa tragedia de la señora, ocurrida unas pocas semanas antes. Cuando un desconocido llamó a la puerta de su casa…

Como lo hacía todas las veces, abrió el portón sin ningún temor. Pero quedó estupefacta al encontrar en el umbral a un hombre armado de un revólver y además con el rostro cubierto por un pasamontañas. Sin darle tiempo de nada, le apuntó a la cabeza y la empujó hacia el interior de la vivienda. En la sala, le indicó que abriera la caja fuerte, siempre apuntándole. La señora obedeció y accionó la clave. Abrió lentamente la puertecilla y con la mano derecha fue sacando una a una sus joyas y el dinero que guardaba allí. De pronto, la señora sintió entre los dedos el frío del cañón de un revólver que también guardaba allí, en la caja de caudales. Se llenó de valor, lo acomodó entre la mano, se volteó con celeridad y le vació toda la carga. El encapuchado se desplomó sin un solo quejido. Fue una muerte instantánea.

La señora no perdió la calma, aunque ya daba síntomas de crisis, y se comunicó con la policía. Cuando llegaron los agentes, les contó lo que había sucedido. Tomaron fotografías, apuntaron algunos datos y procedieron a identificar al delincuente. Le quitaron el pasamontañas. Era un joven igual a todos. Menos para la señora. Era su hijo.

Entre chistes y chanzas

No era para menos, después de tres días y sus noches buscando viviendas extraviadas por la vereda de Loma Verde, del municipio de Montería, Gloria Patricia Moná, administradora de empresas, tenía que estar extenuada. Durante esas jornadas estuvo rompiéndose la piel por la incomodidad de los transportes, por el canicular clima, porque los sitios de trabajo estaban muy separados, porque tenía que dormir donde la agarrara el sueño, porque se le acababa el agua de tomar o la comida, porque a veces se equivocaban cuando le daban una dirección y por decenas de complicaciones iguales o peores.

Así, con el cuerpo molido a golpes, llegó a la última vivienda para encuestar ese día. Tomó aliento, estiró brazos y piernas, y comenzó a llenar el cuestionario con la misma energía con que hizo el primero. Cuando llegó al número de residentes, la dueña de casa le respondió que ocho. Seis de ellos hijos. Luego de identificarlos, le dijo que la pequeña se llamaba Margarita.

- Fecha de nacimiento - le preguntó Gloria - Como tres - le respondió. - Por favor, déme la fecha precisa - le insistió. Entonces la señora llamó a la niña. Llegó Margarita. Pero no era una niña. ¡Era una perra!

-Yo no la puedo encuestar - le explicó Gloria Patricia sonriéndose. Y quién dijo miedo, como lo recordaría más tarde: la mujer montó en ira y a gritos le exigía que tenía que encuestarla "¡porque ella es la niña de la casa!" y "¡usted no la va a dejar fuera de su familia!"

Gloria se dio trazas para obviar esta situación que ahora evoca con humor.

No sería la única. Durante las jornadas del censo por todos los rincones colombianos, 38.750 encuestadores se toparían con el país de la burla, de las confusiones cómicas, del apunte, de la mamadera de gallo ante lo supuestamente serio, o con esa expresión nuestra de "tómela con suavidad", cuando se les cruzaban situaciones en apariencia enojosas.

Como le ocurrió a la ingeniera agroecóloga Marleny Losada Floriano. Estaba en un caserío del Caquetá donde solo había un hotel-restaurante. Pidió la mejor habitación, que no pasó de ser un cuarto incómodo y estrecho. No fue lo peor: al lado había un chiquero cuyos cerdos con sus gruñidos no la dejaron dormir. "Me da risa, no pasé una noche de perros ¡sino de marranos!"

No le fue mejor a una encuestadora en Buenaventura. La joven le hizo a un anciano la pregunta de rigor sobre su sexo. El señor se sintió herido en su machismo y con el bastón la sacó corriendo. Otra que corrió varias cuadras fue una coordinadora en Calarcá, también por culpa del exacerbado machismo de su encuestado, pero por razones opuestas: quería estamparle un beso.

Pero el asedio igualmente fue por parte de mujeres. En el barrio Madelena, de Bogotá, debían censar una casa muy grande. Naturalmente, nadie del grupo quiso trabajarle al suponer la dispendiosa labor que requería entrevistar a muchas personas. Antonio Sarmiento, supervisor, sí se le midió. Cuando le abrieron la puerta apareció una espectacular mujer en baby doll. Todos a una, como en el verso, se precipitaron sobre el inmueble. A gatas se vio para poner orden entre los alborotados encuestadores.

En Andalucía, Valle, un enumerador buscaba una dirección. Se le acercó una mujer vestida como para un velorio - Ya va para mi casa - le preguntó. Él le dijo que en unos diez minutos. Cuando llegó, la encontró con una sonrisa de oreja a oreja, luciendo una pijama transparente y una tanga brasileña y ofreciéndole un tinto. Cuando sus compañero le preguntaron qué sucedió después, les dijo, también con sonrisa de oreja a oreja: "Lo que haría cualquiera en esas mismas circunstancias: ¡me tomé el tinto!"

Quién sabe como se llamará esa "afección" auditiva de confundir una palabra con otra. Lo cual, por cierto, no es la razón de este libro. Sin embargo, estos embrollos dieron pie para jocosas situaciones con las que fácilmente se armaría una miscelánea de chascos, de los cuales registramos mínima parte:

Mayra Alejandra Cabellos, encuestadora urbana del municipio de Codazzi, Cesar:

- Venimos de parte del Dane.

- ¡Vea niña, yo no tengo nada que ver con el DAS.

En el mismo municipio: -Buenas, señor, vengo de parte del Dane realizando un censo nacional, a ver si es tan amable y me da unos datos.

Encuestado: - No mijita, yo no tengo gatos.

En Andalucía, Valle: - ¿Tiene alguna discapacidad física?

Encuestado: - ¡Claro! Tengo buen físico.

En la parte rural del Valle: - ¿Qué carnet de salud tiene?

- No, aquí comemos más que todo pollo.

En una comunidad indígena del Cauca: -¿De qué etnia son ustedes?

- Aquí nadie sufre de hernia.

Con el encuestador rural Eduard Jair Murgas ocurrió la perla de estas anécdotas: - Señora, ¿tiene usted alguna limitación?

- Bueno mijo, para comer, porque solo tengo un diente.

Confundir a los grupos de encuestadores con trabajadores de otras actividades también fue frecuente. Esto, debido a los uniformes. En Puerto Wilches muchas familias creyeron que eran fontaneros y no faltaron quienes los buscaran por la ciudad para que les arreglaran lavamanos taponados, tuberías obstruidas, llaves de agua sueltas, etc. Igualmente se dieron casos en que creyeron que eran vendedores de chance y más de uno les preguntó por el "número de al suerte", mientras miraban los talonarios de los certificados como si fueran billetes de lotería. - Nosotros no damos números, más bien los pedimos" - le dijo uno de ellos a una mujer que lo paró en una calle bogotana.

Inclusive en una oportunidad creyeron que eran enfermeros, con la mala suerte de que debieron censar una vivienda donde vivía un muchacho drogadicto que un día antes había salido de una casa de reposo. El joven creyó que se lo iban a llevar de nuevo y entró en histeria; se refugió, bajo llave, en una habitación de donde no hubo poder humano que lo sacara. En Yopal, varios encuestadores caminaban de noche por la carretera bajo un torrencial aguacero. Estaban protegidos con sus capas. De pronto un automóvil que venía en sentido contrario los alumbró en el instante en que una pareja estaba a cinco metros de ellos. Desde luego, lo que vieron los muchachos fue un cuadro terrorífico: unas sombras blanquecinas en medio de la oscuridad y con relampagueos al fondo. ¡Espantos, Dios Santo!, alcanzó a decir uno de ellos.

César Saade duró varios días trabajando por los campos, cuando regresó a su casa se encontró con la ingrata sorpresa de que no tenía ropa: la suegra se la quemó porque creyó que había huido al monte, dejándole la hija embarazada. A Elmer Godoy lo cogió la noche frente a una finca, pero aun así se empeñó en hacer el censo. Resultó infructuoso su intento porque nadie le abrió. Decidió regresar al día siguiente. Y se encontró con el desconcierto: la casa se había derrumbado a los pocos minutos de su intención de encuestarla. Ahora se ríe por haber estado al borde la muerte.

Estos hombres y mujeres que hicieron el balance de cuántos somos y qué tenemos conocieron el país que existe detrás de las cifras. A lo mejor por eso Alba Patricia Henao, gerente territorial de Santa Marta, todavía se muere de la risa al recordar que en la vereda Valencia, una señora, como homenaje a una encuestadora que encontró en la Sierra Nevada, a seis horas de camino, bautizó a su mascota como ¡Censo!

Por René Pérez

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