martes, julio 18, 2006

Yolanda Reyes cuestiona al Centro Comercial Santafé por promover el consumo en los niños

En Divercity, los niños aprenden jugando a obtener ingresos para gastar en tiendas que promueven sus productos.


PERIODICO EL TIEMPO
Jugar a ser grandes... consumidores

El centro comercial Santafé, célebre por el colapso vehicular de la Autopista, vuelve a ser noticia con la inauguración de Divercity, un parque temático que se ofrece como "ciudad para los niños".

La idea del centro comercial es "posicionarse como primera opción de lugar de compras en la mente de un consumidor" y, en ese contexto, la conquista de las mentes infantiles es una jugada brillante. Bajo el rótulo de "mercadeo experiencial", Divercity ofrece "una oportunidad para ir acercando a los menores a ciertas marcas de productos y empresas" y se apoya en un concepto que es el último grito de la moda: el edutainment, una mezcla de educación y entretenimiento.

Dicho en cristiano, se trata del viejo lema de "aprender jugando" acuñado por los adultos para poner el juego libre, que es la ocupación simbólica más seria de la infancia, al servicio de causas utilitarias. Con nuestra habitual desconfianza frente al oficio lúdico de 'hacer de cuenta', que permite a los niños recrear su realidad y construir mundos posibles, los adultos solemos pedir rendimientos a cambio. Es como si creyéramos que para aprovechar todo ese tiempo que 'pierden' jugando, hubiera que enseñarles a contar, a cepillarse los dientes o cualquier otra lección que consideremos necesaria.

En Divercity, el juego consiste en ingresar al mundo del consumo -vaya idea de ciudad- a partir de los 3 años. Los niños reciben un pasaporte y una tarjeta ¡Visa Electrón! por valor de 50.000 'divis', que es la moneda oficial y que se cambia por billetes en el cajero automático. Luego deciden si ahorran o si gastan sus billetes en las atractivas propuestas que ofrecen las empresas para "recordación infantil" y "fidelización" de marca. Si se quedan sin plata, pueden conseguir trabajo y con la plata que ganan vuelven a comprar. Así transcurren las horas, atrapados en el círculo de gastar, trabajar y gastar, que se equipara al juego de "ser grandes".

Los productos con los que todos alguna vez jugamos a "la tienda" son manufacturados por industrias colombianas y se compran en el Éxito. Los sueños de ser piloto, periodista o cirujano se asocian a las marcas de las empresas patrocinadoras. Y para tranquilidad de los padres, los niños portan un brazalete, con microchip incorporado, que permite monitorear su exacta ubicación. El 'concepto Pedro Gómez' de seguridad privada trasciende ahora la idea del conjunto cerrado de vivienda o de comercio, para conquistar el territorio del juego y crear un nuevo 'País de Nunca Jamás'.

Si detrás de cada época hay un concepto de infancia, Divercity parece decirnos que los niños son 'tractores de compra', que están en 'La Edad de Oro' para convertirse en fieles consumidores y que el manido rótulo de 'aprender jugando' se puede remozar con fines de mercadeo. Así como en otros tiempos se pensó que los niños eran inocentes angelitos, criaturitas sin uso de razón o adultos en miniatura para ser domesticados, ahora parecemos concentrarnos en su potencial para engrosar las filas de la sociedad de consumo. El concepto de ciudad perfecta que se les ofrece como escenario de su adiestramiento es muy diferente a la que habitan, sin cinturones de miseria y sin otro poder distinto al poder adquisitivo.

Aunque suene anacrónico, prefiero aquellos viejos juegos no gobernados por intereses adultos, sino por las coordenadas de la imaginación, que constituyen el patrimonio de la infancia. Pero, como van las cosas, tendremos que volver a enseñar a nuestros niños 'a ser niños', para que recuperen esa envidiable costumbre, al parecer en vías de extinción, de pasar largas temporadas en casitas de mentira, con comida invisible humeando en pequeñas tazas... ¡y completamente gratis!

Yolanda Reyes. Redactor de EL TIEMPO.

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