lunes, junio 19, 2006

El consumidor chino


TOMADO DEL BLOG DE PRIMERA MANO

si somos permeables a los productos chinos y ya los encontramos en los estantes de los almacenes y supermercados me parece interesante conocerlos a ellos como consumidores.

En Tokio, Gregory Clark, un veterano observador que conoce bien las tres culturas del nordeste asiático, China, Corea y Japón, dice que, aunque sea habitual considerar a los chinos como los más complicados entre los asiáticos, la realidad es que ese título corresponde a los japoneses. Los chinos, dice, son mucho más identificables para un europeo, mucho menos exóticos. Son los japoneses, con su particular cultura tribal insular, quienes ostentan ese título. Clark, que escribió un libro sobre ese tema que fue best seller en Japón hace treinta años (Japanese Tribe, Origins of a Nation´s Uniqueness), dice que la clave del progreso japonés fue una versión muy refinada del instinto de supervivencia tribal.

“Si la empresa es la tribu y tu perteneces a ella, si la empresa se hunde, tu te hundes con ella", explica. De ahí se deduce gran parte de la moral del trabajo japonesa; el corporativismo, la disposición al sacrificio, la identificación, la ausencia de vacaciones, si es necesario. Josep Giró, un antropólogo catalán residente en Shanghai desde hace una década, enumera los rasgos vitales de los chinos (charlatanes, amantes del comer, de los placeres del lecho, patriarcales y apegados al dinero sin ceremonias), para definirlos como los mediterráneos de Asia. En este sentido, el descubrimiento del estudio de Gallup es que China no es Japón, que no hay entre los chinos una actitud tribal y corporativista hacia el trabajo y la empresa, sino un sentido común mucho más banal y comprensible, porque se parece bastante al nuestro.

El principio rector de la moral del trabajador chino sigue siendo trabajar duro para hacerse rico. Aunque en diez años el apego a esa máxima haya bajado 15 puntos, en el 2004, ultima encuesta del estudio, el 53% sigue declarándolo prioritario. La caída sugiere una evolución hacia una mentalidad más madura, pues la experiencia humana demuestra que en la mayoría de los casos trabajar duro conlleva, seguro, cansancio y agotamiento, pero no siempre enriquecimiento. En China enriquecerse súbitamente sin ser hijo de funcionario o algo antisocial, es tan difícil como en cualquier otra parte.

Otro aspecto resaltado por el estudio es que la mentalidad de disfrutar de la vida y realizar deseos individuales está en alza en las tres ciudades que son punta de lanza del consumo urbano chino; Shanghai, Pekín y Cantón.

Entre la generación de 18 a 24 años supera incluso al "trabajar duro para enriquecerse". Pocos, sólo un 2%, se declaran embargados por el impulso de "servir a la sociedad", por lo que surge la pregunta de si está apareciendo en China una generación individualista. La respuesta es, sin duda, afirmativa, pero hay un matiz fundamental que el estudio no menciona: la familia. Esos nuevos jóvenes urbanos, hedonistas e individualistas, son los mismos que están dispuestos a cualquier sacrificio por el bienestar de sus ancianos padres, o por ayudar a parientes.

El nivel de compromiso del trabajador con su empresa es bajo. Los trabajadores se sienten infravalorados por su esfuerzo. Consideran que las empresas no les dan oportunidades de aprendizaje y desarrollo. El 68% de los trabajadores no se sienten "vinculados" a la empresa ni sienten pasión por su trabajo. Son típicos empleados; gente para los que el trabajo es cambiar tiempo por dinero. Otro 20% simplemente declara odiar su trabajo. La suma arroja un 88% de empleados desinteresados por su trabajo en diversa medida, lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta las condiciones de trabajo, con largas y agotadoras jornadas, mínimas garantías sociales y máxima explotación.

Si los empresarios chinos no hacen suya la idea de que una línea de montaje eficaz precisa gratificación personal y desarrollo individual, el potencial de China no se realizará. De momento, los empresarios locales son capitalistas explotadores clásicos, no posmodernos, pero eso no siempre ha de ser así, y de hecho ya está cambiando, tanto a causa de la enorme movilidad laboral (la huida del trabajador de las industrias más explotadoras que ya sufren escasez de mano de obra, como la manufactura de la región de Cantón, por ejemplo), como por algunas medidas del gobierno.

En el país ya hay una demanda de empresas y empresarios con "responsabilidad social", muestra otra encuesta, de la empresa investigadora pekinesa Sohu Finance divulgada esta semana. La responsabilidad social de las empresas, traducida en aspectos como la "fiabilidad de sus productos", sus prestaciones de "seguridad social" y "protección medioambiental", es considerada necesaria por una mayoría de chinos, especialmente en las industrias alimentarias y de la salud, escenario de enormes desmanes y fraudes de pirateo y copia, o del masivo comercio de medicamentos practicado por hospitales a expensas de la salud de los pacientes.

Otro descubrimiento del estudio Gallup es que los chinos son nacionalistas, pero no tontos. La mayoría de ellos preferiría "comprar patriótico", pero saben que el made in China es deficiente (sólo un 21%, lo considera "muy bueno"), así que la preferencia por lo nacional ha caído once puntos en cinco años (del 78% al 67%), mientras que el atractivo de las marcas extranjeras gana terreno, con las europeas avanzando tres puntos en el mismo periodo.

Hemos hablado tanto de la prosperidad de China, que casi olvidamos la extrema frugalidad del consumidor local. Salvo una pequeña franja urbana privilegiada que apenas llega al 10% de la población, la gente es aquí demasiado pobre (1.300 euros de ingreso medio anual por hogar), para comprar lo que desea. Para hacerse una idea, la compra media de un chino urbano en un supermercado de los que Carrefour tiene en China es... 50 yuan, 5 euros. Sólo el 5% se declara "muy satisfecho" con sus ingresos y uno de cada cinco está "muy insatisfecho".

Hace diez años, las encuestas de Gallup mostraron que sólo el 25% de los hogares chinos tenía nevera y sólo el 6% aspirador. A partir de ahí se esperaba una enorme demanda de electrodomésticos básicos, pero en realidad (a excepción del microondas) lo que se ha disparado no ha sido eso, sino los productos de alta tecnología electrónica vinculados al entretenimiento. Es el triunfo del placer y del capricho sobre la necesidad.

Los reproductores de DVD ya están en el 52% de los hogares (cifra de 2004), cuando en 1997 estaban sólo en el 7%. La presencia de ordenadores personales ha saltado del 2% de los hogares en 1994 al 13% diez años después, y los teléfonos móviles del 10% en 1999 al 48% en el 2004. Las compañías constatan una gran preferencia de la apariencia y la moda sobre la función y las prestaciones en teléfonos móviles - el éxito de Nokia en China responde a eso-, lo que define a un consumidor que compra más con los ojos que con la razón y está muy enganchado a la innovación. El 80% de los chinos urbanos tienen teléfono móvil, pero el 33% de ellos ya piensa comprarse uno nuevo.

Por otra parte, en 2004, un 68% de los chinos consultados por Gallup se mostraban insatisfechos con su capacidad de ahorro. Superficialmente, esto podría parecer contradictorio ya que las familias ahorran un 30% de sus rentas. Pero mirando más de cerca se observa que buena parte del ahorro se explica por motivos de precaucación. El desmantelamiento de una economía estatalizada y su transición hacia una economía de mercado hace que muchas fammilias se abstengan de consumir por lo que pudiera pasar.

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