domingo, febrero 13, 2011

De no ser por él, gringos enterrarían a los paisas


De no ser por él, gringos enterrarían a los paisas
Archivo | El joven comunista terminó convertido en un liberal y en todo un ejemplo de las oportunidades empresariales del capitalismo.

De no ser por él, gringos enterrarían a los paisas

John Gómez Restrepo pertenecía al ala pobre de una rica familia ganadera y se volvió el campeón colombiano en creación de empresas. Cuando iba en 33 ó 34 su hijo, Álvaro, perdió la cuenta.
Germán Jiménez Morales | Medellín | Publicado el 13 de febrero de 2011
Todos los días, a las 6:00 p.m., un gringo, ya mayorcito, salía a la cubierta de un crucero que navegaba por un lago canadiense, abría un marconi y aplaudía con vivo entusiasmo. La tercera vez que su compañero colombiano de camarote lo vio en esas, no aguantó la curiosidad y le preguntó el motivo de tanta dicha. "Es que -respondió el curioso personaje- soy dueño de un cementerio y a esa hora me llega el número de entierros que hicimos".

El colombiano regresó a su tierra, Medellín, en donde meses después corrió un rumor: inversionistas norteamericanos querían montar aquí cementerios. ¿Gringos enterrando paisas? El colmo, dijeron algunos. John Gómez Restrepo pasó de largo por el disgusto y en tiempo récord lideró la creación de Jardines Montesacro. Luego vinieron La Piedad, La Aurora y Jardines de la Fe. Tan integral era su concepto de servicios exequiales, que hasta fábrica de ataúdes montó en Manizales.

Así de ágil, arriesgado y visionario para los negocios ha sido este hombre que, aunque nacido en el ala pobre de una portentosa familia ganadera y lechera, tiene a sus 94 años el título de mayor creador de empresas en Colombia. ¡Y no compradas a terceros, sino soñadas y desarrolladas por él mismo!

Hay quienes dicen que se acerca a las 40. Álvaro Gómez Jaramillo, uno de sus cinco hijos, ni siquiera conoció varias de ellas y hasta perdió la cuenta cuando iban en 33 ó 34.

Nació el 27 de octubre de 1917 y vivió su infancia en medio de una terrible pobreza. Tenía escasos cinco años cuando el tifo mató a su padre, Antonio José Gómez, y 15 cuando pereció, ahogado en el río Medellín, su hermano mayor. Así se convirtió en el hombre de la casa, que debía velar por su madre, María Restrepo Olano, y cuatro hermanas.

Fue barrendero y mensajero en la oficina de un primo abogado. El poco trabajo le permitía devorar libros a cuatro manos y compensar los vacíos que tenía en educación formal. La lectura de El Capital, de Carlos Marx, le alborotó las ganas de ser comunista. Tanto, que en la escuela de María Cano se ganó una beca del Partido Comunista para ir a estudiar a Rusia. Sin embargo, la muerte de su hermano le puso por delante una prioridad: hacer plata.

Y no la hizo propiamente gracias al curso de contaduría que lo llevó a trabajar como cajero, con un sueldo mensual de 60 pesos. El éxito le sonrió cuando vio que ricos y pobres necesitaban, por igual, papel higiénico, un producto que solo se conseguía por grandes rollos en las tiendas o en paquetes de 100 unidades. Entonces, ayudó a democratizar ese consumo, vendiendo cajas de 10 ó 30 unidades, un negocio que, con el tiempo, se convirtió en Familia, el corazón de su imperio papelero y de su grupo empresarial.

A los 24 años, Gómez Restrepo tenía en buena cantidad el tan esquivo dinero. A los 45, ya casado con María Elena Jaramillo Ángel, consideró que su fortuna le permitía irse a estudiar a Estados Unidos, en donde se graduó como economista en 1948.

El dinero es una poderosa herramienta para hacer más dinero, sobre todo cuando se es austero, como ocurrió en este caso, y también cuando se es muy paciente y se reinvierten las ganancias que van llegando. Saber crecer es parte de la clave del empresario que fundó compañías como la Fábrica de Escobas La Negra, Cartón de Colombia, Espumas Plásticas, Pantex, Peldar, Sam, Valores Industriales, Manufacturas Plásticas, el Poblado Country Club y muchas más.

Para el gusto de Álvaro, su hijo, a Gómez Restrepo le faltó más respeto por varias de las compañías que creó, pues las vendió con facilidad, para hacer más dinero en otros negocios. Entre los ejemplos menciona al Supermercado La Candelaria, el primero en Medellín y el segundo en Colombia, y a Jardines Montesacro, que de firma local pasó a seis parques cementerios en el país y a uno más en Guayaquil, Ecuador.

Desde el año 2000, el grupo empresarial se centró en pocos negocios, grandes y abiertos al mundo. Salieron de los servicios exequiales, de los almacenes Croydon, de La Candelaria, de la red de Llantas Limitada y de otros activos que no eran estratégicos. El conglomerado industrial se recogió en Familia, que hace presencia en toda Suramérica, con excepción de Brasil; Productos Químicos Panamericanos, y Brinsa, que está en el negocio de la sal y productos químicos. Con sus solas operaciones en Colombia, este grupo es fuente de empleo para 5.500 personas y obtiene ingresos anuales superiores a los 1,2 billones de pesos.

Detrás de todo se encuentra la mano y el talento de Gómez Restrepo, a quien sus hijos María Estela y Álvaro definen como un papá extraordinario. Lleno de virtudes, cariñoso, generoso con sus familiares y amigos. Un hombre universal, interesado en la economía, la literatura, las novelas. Vertical y honesto a morir, que cree que la palabra vale más que cualquier documento.

"Más importante que lo realizado en el mundo empresarial, es lo que él ha vivido con su familia. Es un regalo de Dios", anota María Estela, con un amor cercano a la devoción por su padre.

En la intimidad de su hogar nunca tuvo gritos ni tiradas de puertas. Tampoco palabras feas. Ha sido todo amor por su esposa, María Elena Jaramillo Ángel. De misa obligada los domingos, así estuviera en otros rincones del mundo. Un viajero que, en carro, les mostró el país a sus hijos, a quienes les enseñó, desde pequeños, el valor del dinero y el correcto uso del mismo. Que ha vivido bien, pero sin lujos estrambóticos. Alegre y siempre listo para animar a sus hijos a ser mejores. Apasionado por jugar golf con sus amigos. Bueno para el whisky, pero nunca se le vio borracho ni bebiendo en malos sitios. Un hombre sano, sin odios ni rencores y al que lo único que lo mortifica, ahora, es no poder ver bien la comida que lleva a su boca.

Un ser muy ordenado y metódico, que nunca les dijo a sus hijos "no tengo tiempo" ni llegó tarde a casa por estar en el trabajo o en el ejercicio de la política.

Sí, de la política, porque fue concejal, diputado, representante a la Cámara, senador, secretario de Hacienda y de Gobierno, Gobernador de Antioquia (e), embajador en Suiza y en la antigua Unión Soviética.

En esta última nación vio grandes filas de gente para entrar a un restaurante. Él, como diplomático, mostraba su credencial, pasaba derecho y, vaya sorpresa, el sitio estaba vacío. "Es que si la gente entra, tenemos qué trabajar", le comentaban los empleados.

Otro día se le ocurrió pintar la embajada y obtuvo el permiso de la policía secreta, la célebre KGB. Le enviaron ocho hombres, que llegaban a las 9:00 a.m. Trabajaban 45 minutos, se tomaban el desayuno en dos horas y media y luego pintaban durante 30 minutos. "Así no van a terminar", advirtió el embajador, ante lo cual le dijeron: "nos dieron dos meses para hacer la obra. Si terminamos antes, nos mandan a otro lado y no queremos trabajar más".

Aunque Gómez Restrepo ya era liberal y más capitalista que cualquier otra cosa, experiencias como estas le marchitaron al plusmarquista colombiano en creación de empresas las pocas huellas que le quedaban de su adolescente amor por el comunismo.

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