domingo, noviembre 05, 2006

ESTO ES COLOMBIA QUE VIVAN LOS TENDERO JUUEMADRE!!







Amigo tendero


Con orgullo comercial pero con nostalgia cultural, se puede afirmar que cada día en Bogotá la experiencia de comprar pan, leche y huevos, lejos de ser un acto del diario vivir, se convierte en una experiencia de mercadotecnia; atrás quedaron los mostradores con frascos que encerraban panelitas, liberales, herpos y polvorosas. Abandonados en el olvido han quedado los salchichones colgados de una puntilla o los atados de mamoncillo y guama que florecían en otros tiempos. Pero en un acto más de economía familiar que de identidad cultural, los bogotanos aún mantenemos con vida a setecientas mil tiendas de barrio.

En la tienda de la esquina no hay impulsadora, mucho menos oficina de cambio de divisas; en cambio, hay un cuaderno que encierra las deudas y penurias de la gente de la cuadra o de la manzana, la tienda de barrio bogotana es la fábrica del conocimiento popular o, para ser más precisos, la cuna del chisme. Entre cien de cilantro y doscientos de tomate los vecinos del barrio van fortaleciendo los hilos invisibles de una cultura en la que aún la palabra tiene un valor y un significado.

Lejos de los procesos de comunicación y de la oralidad primaria, de la economía de alta rotación y de las teorías vacías de marketing de atención personalizada, la tienda tiene un personaje, un protagonista que hace posible el correcto funcionamiento de este “Centro Cultural” ese personaje es el tendero. Como si fuera una estrategia de “Trade Marketing” el tendero de barrio bogotano se repite en cada sector como si se tratara de un producto en empaque tamaño familiar.

Lapicero Kilométrico al oído, uniforme apuntado casi hasta el cuello, radio Santa fe o Capital y peinado de cachaco listo para ir a misa de seis; se podría decir que el tendero es el gendarme del barrio. Él sabe quién tiene problemas de infidelidad, quién tiene malos inquilinos, a quién el hijo se le va para el ejército; incluso hay algunos que se convierten en la memoria de las amas de casa, cuando de recordar un plátano o un ajo se trata. Pero hay más, el “vecino”, nombre alternativo y consolidado por el paso de los años por la calidez del saludo del protagonista de esta historia, conoce a la gente de barrio, ha sido testigo de cómo los muchachos se han metido en malos pasos, pues los doscientos de las “devueltas” ya no son para una Jet sino para un Piel Roja.

Son más de un millón de tenderos o de “vecinos” los que hacen que en Bogotá aún el comercio sea cálido y humano; son ellos los que nos recuerdan que la canasta familiar no está compuesta por un DVD o una cerámica china, sino por el bocadillo y el banano. Son ellos los que derrotan a la patinadora “piernona” que con una sonrisa falsa nos quiere vender un nuevo caldo de gallina, si cuando dentro de nosotros las marcas y las necesidades están consolidadas. Son los tenderos los verdaderos conocedores de la situación económica de cada familia del barrio. Esos son los tenderos de Bogotá, hombres y mujeres que con un “buenas, vecino” nos dan la bienvenida para entrar en ese juego de buscar con qué alimentarnos o culturizarnos; al fin y al cabo la tienda de barrio da la oportunidad de que todavía con cien pesos nos podamos endulzar la vida sin necesidad de interactuar en un mundo globalizado cada vez más pequeño en donde lo impersonal abunda más que la leche y el pan.

Sólo me resta decir.... Hoy no fío, mañana sí

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Reseñado por Diego Fernando Valencia

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