BOGOTÁ. Comerciantes ecuatorianos se tomaron zonas comerciales de Bogotá y otras ciudades; algunos incluso se ubican en áreas prohibidas para la venta.
BOGOTÁ. Chompas impermeables de fabricación china están entre los productos que venden los ecuatorianos, como este grupo que labora en San Victorino.
BOGOTÁ. Los hermanos Cachiguango huyen de la Policía, que impide vender en la avenida 13, donde queda la estación Giménez del sistema de Transmilenio, en el centro de la capital.
Juana González, riobambeña residente en Cali
José Cachiguango, vendedor en Bogotá
BOGOTÁ. Los uniformados se encargan de controlar la actividad comercial de los informales en las calles.
A primera vista parece una localidad cualquiera de Ecuador, pero no. Es Colombia, en donde al menos diez zonas de comercio masivo de Bogotá albergan a niños y adultos ecuatorianos, en su mayoría de Imbabura.
Los propios comerciantes y el Cabildo Kichwa de Bogotá calculan que solo a esa ciudad –donde habitan 7 millones de personas– han llegado al menos 2 mil vendedores ecuatorianos en los últimos 2 meses.
La diferencia es que este año esa presencia ha sido mayor a las registradas en una década. “En esta temporada, tranquilamente superan los 2.000. Este año los nuevos comerciantes han batido el récord de presencia. Dicen que han venido porque en el Ecuador la situación está mala por la crisis, y como esta es una ciudad grande venden y ganan dinero” expresa Alfonso Tuntaquimba, presidente del Cabildo Kichwa.
Al borde de las aceras los informales forman hileras que se extienden por cuadras. En algunos casos llegan con sus familias completas y se ubican en grupos. Entre los ecuatorianos que residen legalmente en Colombia hay quejas por la informalidad de sus coterráneos.
A inicios de año las autoridades colombianas desbarataron tres bandas de otavaleños por trata de personas y explotación laboral a menores.
El comercio llega a su éxtasis. Cae la noche del 21 de diciembre y las aceras de carrera 10ª, en el trayecto que cruza por el centro de Bogotá, está copada por decenas de vendedores informales y cientos de compradores que van y vienen, que se empujan, que preguntan precios, que compran. Al borde de la acera derecha, frente a los grandes almacenes, los informales hacen una hilera que se extiende por unas diez cuadras. Cada uno expone una diversidad de productos de forma muy particular: un plástico negro de un metro cuadrado tendido en el piso.
Los protagonistas en esa hilera son en su mayoría ecuatorianos. Las trenzas o el pelo largo de los hombres los identifican como oriundos de Otavalo y otros sectores de la provincia de Imbabura. Las mujeres llevan puesto el tradicional anaco (falda larga) y collares en el cuello. Son familias completas y están ubicadas en grupos. En algunos casos hay un adulto y hasta cinco adolescentes, cada uno con su plástico en el piso. Es un panorama similar al de alguna localidad del Ecuador.
En el tramo de la 10ª con las calles 13 y 14 están unos 80 informales. De esos, al menos 60 son ecuatorianos. Entre cada cinco ecuatorianos hay dos vendedores locales. Igual sucede entre la 12 y la 13. Los primeros ya no ofertan artesanías como sus ancestros; venden chompas de lana, producidas en Colombia e impermeables, de procedencia china, así como camisas, gorras y guantes. Los segundos ofrecen de todo: zapatos, carteras, pantalones, juguetes y muchos otros artículos.
Lo que ocurre en este sector es la muestra de lo que desde la primera semana de diciembre y hasta el día 31 sucede en Bogotá, la capital colombiana de siete millones de habitantes. Cientos, miles de ecuatorianos se disputan un espacio en casi una decena de zonas de comercio masivo. La diferencia es que este año, esa presencia ha superado a las registradas en una década.
La cifra es producto de un cálculo de la organización así como de los comerciantes y en parte del DAS (Departamento Administrativo de Seguridad), que entre sus funciones tiene el control de documentos de los ciudadanos extranjeros que están en Colombia.
El cabildo kichwa agrupa a los indígenas que hablan esa lengua residentes en Bogotá, quienes incluso tienen una silla de concejal en el Cabildo Mayor de Bogotá. Son 1.700 indígenas registrados. De estos, 350 son ecuatorianos con residencia; y 1.200 son colombianos, en su mayoría descendientes de ecuatorianos, como Tuntaquimba. El resto no posee documentos. Los que llegan a vender en noviembre y diciembre entran como turistas.
Entre los informales de la 10ª están los hermanos Luis y José Cachiguango. No tienen un puesto seguro. Durante la mañana juegan al gato y al ratón con la Policía, al tratar de ubicarse en esta misma acera y en los bordes de la Carrera 13, arteria por donde circula el Transmilenio (sistema de buses similar a la Metrovía, de Guayaquil). Ellos, como cientos de ecuatorianos, ubican la mercadería sobre un plástico y cuando llegan los agentes se van sin rumbo.
José, de 23 años, dice que, pese a todo, le resulta rentable. Un buen día pueden obtener hasta unos 80 mil pesos (37 dólares) de ganancia. Él y su hermano arribaron a fines de noviembre y pernoctan en un hotel “de los baratos”, cercano al centro, donde cada uno paga 5.000 pesos (2,40 dólares) por noche.
Los Cachiguango, oriundos de la comunidad Compañía, ubicada en los alrededores del lago San Pablo, en Imbabura, así como decenas de sus coterráneos coinciden que vienen a Bogotá porque el negocio en Ecuador está malo y carecen de apoyo estatal. En esta ciudad hay comerciantes mayoristas, también ecuatorianos pero que llegaron hace décadas, que dan la mercadería a crédito en la mañana y cobran por la noche, al finalizar la jornada a eso de las 21:00.
A diferencia de los Cachiguango, hay cientos de “recién llegados” (como los llaman los ecuatorianos que viven en Bogotá) que a las dos de la mañana se ubican en los alrededores de El Madrugón, zona de los mayoristas, y donde se les permite laborar durante el mes de diciembre. Es una gran bahía de al menos 20 cuadras que en estos días están copadas de vendedores y compradores.
En la calle 11 tienen un puesto los esposos otavaleños José Ernesto Morales, de 23 años, y Luz María Remache, de 19. Con su hija, Yarina, de 3 años, permanecen 15 horas en la calle. Él está satisfecho por las ventas pero no retiene su temor: “La Policía, a veces, no nos deja trabajar; amenazan con quitar la mercancía. Ahora el problema es el DAS, dicen que van a recoger a quienes hemos llegado recién y solo tenemos cédula ecuatoriana”.
A su lado está la familia Castañeda, residente en Bogotá desde hace dos décadas. Olga, quien ha vivido 16 de sus 24 años en esta ciudad, afirma que los líos se dan por la masiva presencia de los recién llegados. “El año pasado no fue así. Ahora con tantos, hay razón para que se queje la Policía”, afirma. Olga y su familia de cinco miembros alquilan un cuarto por el que pagan 200 mil pesos (196 dólares) al mes. Los ecuatorianos alquilan cuartos de entre 150 mil y 200 mil pesos al mes y se acomodan entre cuatro y seis parientes. Otros van a hoteles de 5.000 pesos por persona. La comida, en la calle. “Pan con gaseosa, cuando no hay ventas”.
Así como Olga, María, que pide no citar su apellido, también residente permanente en Bogotá, reniega de sus coterráneos. “Claro que nos afecta porque son demasiados. Nosotros estamos legalizados, pagamos impuestos y hasta tenemos que educar a nuestros hijos aquí. Como llegan muchos nos baja la venta”, asegura la vendedora de la calle 14. Su vecina de puesto, la colombiana vendedora de calzado Nancy Gutiérrez, opina lo contrario. “A nosotros nos gusta ubicarnos al lado de los ecuatorianos porque ellos venden bien y son como un gancho”.
A diez metros, en la esquina de la 11 y la 9, la hilera de comerciantes comienza con quince puestos al cuidado de doce menores de entre 12 y 16 años y tres adultos. Ninguno quiere hablar y cuando se les va a fotografiar se molestan. “Anchuri” (váyase), dice uno de los mayores.
A inicios de este año, la Fiscalía colombiana, el DAS y el ICBF (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar) desbarataron al menos tres bandas de otavaleños acusadas de trata de personas y explotación laboral a menores.
Estos grupos de otavalos contratan a los adolescentes por un promedio de 600 dólares por diez meses pero, en algunos casos, no pagan y los maltratan.
La ecuatoriana Olga Castañeda indica que por costumbre los menores llegan con familiares o conocidos. El problema es que algunos los explotan. En San Victorino hay decenas, cientos de adolescentes otavaleños vendedores. Uno de ellos, sin dar su nombre, acepta que labora para un “patrón”, pero señala que él lo trata bien.
Grupos de policías de menores y patrulleros del ICBF recorren la zona de ventas. Un agente señala que sobre todo vigilan que no haya malos tratos. No obstante, los menores al ver a los policías, se retiran del puesto. Los operativos han dejado, en lo que va del año, una decena de menores devueltos a Ecuador, y tres otavaleños adultos presos. En Colombia existe un trabajo de varias entidades para prevenir la explotación infantil.
La presencia ecuatoriana masiva del centro de Bogotá se repite en los alrededores de Chapinero, zona comercial ubicada en el norte. También están en la avenida 68, en el mercado de la Kennedy, en el 7 de Agosto y Restrepo, del mismo sector, y barrio 20 de Julio, en el sur. También en algunas esquinas de la 93 y la Séptima, la 93, la 15 y en la zona del Unicentro, en el norte. También están en Cali, Bucaramanga, Medellín, Tunja y otras ciudades, según los mismos comerciantes. Por eso Tuntaquimba dice que es difícil calcular cuántos han llegado.
Opiniones
Juana González, riobambeña residente en Cali “Coterráneos dañan el negocio”
“A quienes vivimos años aquí en Colombia y hasta pagamos impuestos sí nos preocupa que vengan muchos ecuatorianos, porque llegan a dañar el negocio. Por ejemplo, si uno vende una chaqueta (abrigo) en 20 mil pesos ellos dan en 15 mil y nos fastidian a nosotros. Este año hay una gran cantidad de nuevos vendedores y a veces hasta entre ellos se pelean porque venden muy barato. Ninguno tiene papeles en regla y si el DAS (Departamento Administrativo de Seguridad) hiciera algo yo mismo los denunciaría. Ellos deberían hablar con nosotros para darles recomendaciones. Mire, yo pago 500 mil al mes (unos 240 dólares) por este puesto en la calle. Ellos no pagan nada y me perjudican”.
Luis Conejo, informal que llegó hace dos semanas “En Ecuador no hay apoyo”
Llegamos hace dos semanas entre tres personas, desde Otavalo, porque en Ecuador las ventas están malas. Aquí todos los días se hace algo de platita, sobre todo en estos últimos días de diciembre. Es lo mejor venir porque en nuestra tierra no hay apoyo de nadie. Dicen que el Gobierno va a dar préstamos, que va a apoyar con $ 2.000 para comprar mercadería, pero es duro conseguir. En el Banco de Fomento piden escrituras de tierras o que mostremos facturas de al menos dos bultos de ropa; y eso no se tiene. Los comerciantes mayoristas de aquí más bien nos ayudan mucho. Hay algunos que nos dan la mercancía en la mañana y nos cobran solo lo que vendimos, en la tarde. Dependiendo del movimiento, aquí se puede vender entre 400 mil y 600 mil pesos al día (entre 190 y 285 dólares al cambio actual) y ganar unos 50 dólares. Eso no se compara nunca con lo que se vendería en Quito, que no pasa de unos 100 dólares, cuando es un buen día, y solo queda de ganancia 20 dólares y eso no alcanza si se tiene familia que mantener.
José Cachiguango, vendedor en Bogotá “Aquí al menos se vende algo” Salimos de nuestro país por trabajar. Está difícil por allá (Ecuador), aquí al menos se vende alguna cosita, aunque se tenga que estar de lado a lado por orden de la policía y a veces nos toque pelear entre ecuatorianos por conseguir un puesto. Allá, el gobierno del (Rafael) Correa ofreció tanto, ofreció plata para microempresas, pero piden escrituras, hipotecas, y en mi caso no tengo. Lo peor es que para trabajar es jodido, la gente no compra mucho y en las ciudades ni siquiera dejan vender. Yo soy de la comunidad Compañía, de Otavalo, y ahí no hay ni qué hacer; las montañas están secas y no se puede sembrar, las vías malas y la gente tiene necesidades, por eso sale. Aquí sí se hace algo de dinero.
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