Quizás es hora de recordar que la vieja tienda de barrio tendría una oferta más limitada, pero al menos encontramos mayor humanización
JOSÉ RAMÓN CHAVES
MAGISTRADO
Corren tiempos en que el bolsillo es más corto y paradójicamente la oferta es más larga. La cautivadora publicidad de las grandes superficies asemeja un refrescante espejismo de oasis que consigue que el cándido consumidor se adentre en esos templos de mercaderes donde la cartera no saldrá indemne.
Ya se busque tecnología informática, alimentación, bricolaje o deporte nunca falta un gigantesco bazar donde encontrar algo o donde ese algo te encuentre a ti. Pocos pueden resistirse a penetrar en la espesura comercial donde acechan peligros conocidos.
En primer lugar, la experiencia enseña que todo consumidor sale con más productos que necesita. No sólo los productos baratos, sino que los más caros, fruto de su colocación estratégica a la altura de los ojos, consiguen saltar al carrito.
Tampoco es oro todo lo que reluce: las ofertas 3x2 (tres productos por el precio de dos), la «segunda unidad a mitad de precio» o las promociones «sujetas a existencias» en numerosas ocasiones dejan al consumidor con un palmo de narices. La devolución del IVA se convierte en una simple reducción del precio previamente incrementado en cuantía equivalente, y los tiques descuento entregados con cada compra están sometidos a leoninas condiciones de caducidad o uso. Y no digamos el desafío a las matemáticas de los llamados «packs ahorro» que curiosamente a veces resultan más caros en bloque que comprando los paquetes por unidades.
En segundo lugar, ni Fernando Alonso sabría manejar derecho esos carritos de supermercado cuyas ruedas empujan a izquierda o derecha hacia los estantes donde aguarda la tentación de productos que no se necesitan y que, además, demuestran una capacidad mastodóntica de cargar más productos de los que se pueden pagar. Además, la ruta a seguir con ese cofre del tesoro rodante jamás se efectuará por el camino más corto, dado que los productos de primera necesidad (pan, papel higiénico, botellas, etcétera) están sabiamente dispersos para visitar toda la superficie.
En tercer lugar, las colas para pagar someten a los atribulados clientes a la tentación irresistible de caramelos, chocolatinas, tarjetas telefónicas o maquinillas de afeitar. No falta la coartada ecológica de tropezar con la sustitución de las gratuitas bolsas de plástico por bolsas ecológicas reutilizables a módico precio.
El golpe de efecto viene dado por el interminable tique que el ama de casa, por las largas colas de espera y la infantil confianza en la informática, examina con la guardia baja. Es cierto que el cliente desconfiado escudriña punto a punto el tique y se queja ante la caja, donde se remedia su caso, pero, como no hay prisa por rectificar la publicidad errada o por insertar los precios de promoción en las cajas registradoras, en gran número de ocasiones el error sigue perpetuándose, y por la ley de los grandes números, se provocan suculentas ganancias tan ilegítimas como impunes. Todo ello bajo la mirada de atentos vigilantes jurados que más que vigilar que nadie salga sin pagar diríase que vigilan que nadie salga sin comprar.
Por eso, en tiempos de austeridad, pese a los cantos de sirena de la publicidad de las grandes superficies, que nos acechan en la televisión, en el buzón y en la cartelería, quizás es hora de recordar que la vieja tienda de barrio tendría una oferta más limitada, pero al menos encontramos mayor humanización, mercancía clara y donde el precio no resulta engañoso.
También pueden hacerse encargos personalizados e, incluso, en algunos sitios te fían y cabe hasta un amable regateo. Aunque, eso sí, la tienda de barrio presenta la desventaja de que los niños pequeños no pueden disfrutar del paseo dentro del carro y que los desocupados no pueden matar el tiempo libre deambulando con aire acondicionando y toqueteando productos, sin coste alguno.
Así, al igual que para adelgazar no falla la vieja técnica de encadenar el frigorífico, en tiempo de crisis, para reducir gastos no estaría de más poner en cuarentena las visitas a las grandes superficies. Hace falta disciplina, pero también hace falta no salirse del presupuesto. Aunque, eso sí, empiezo mañana que hoy han anunciado que uno de cada cinco clientes se beneficiará del descuento en el producto que compre cuyo precio coincida con las dos últimas cifras de la fecha de nacimiento?
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