miércoles, agosto 18, 2010

D – 1 ¿De quiénes?


 






D – 1 ¿De quiénes?
José Alvear Sanin









Quizá el amable lector no se haya percatado de la eclosión de las tiendas D -1 (“y de todos”) en el Valle de Aburrá. Tengo entendido que ya son 17 en cosa de un año. Iguales: acogedoras, bien iluminadas, sin nada de propaganda y muy austeras.
No venden artículos perecederos como frutas y legumbres. Los precios entre 15 y 25% inferiores a los habituales en los supermercados del cuasi-monopolio franco-“colombiano”.

Cada vez que descubro un D-1 entro, compro el inevitable encargo del día (¡Mijo, se acabó la leche/ el queso/ el bocadillo/ las arepas…!) y pregunto: ¿Cuántos hay ya? ¿De quién son estos mercados que giran bajo la razón social de Koba Colombia?

Las respuestas obtenidas indican que tienen programadas 50 tiendas en este valle y que son o de unos inversionistas venezolanos (con formato alemán) o de unos señores alemanes (sin formato venezolano). A nadie se le oculta el efecto que va a causar esta cadena de tiendas, tanto en los humildes graneros como en los encopetados supermercados.

El 29 de julio encontré en The Independent el obituario de un personaje reclusivo del que apenas se conocen dos o tres fotografías, la más reciente de 1970. De este parsimonioso personaje cuentan que tomaba notas con un cabito de lápiz en fragmentos de papel y que reprendió a un arquitecto de su cadena por usar pliegos muy gruesos. Alguna vez lo plagió una banda de secuestradores dirigida por un abogado y tuvo que pagar unos cinco millones de dólares por su rescate, ¡suma que trató de deducir de sus impuestos! Amasó una fortuna superior a US $ 15.000 millones, que ahora pasa a sus hijos, Theo y Berthold.

El occiso era Theo Albrecht, quien junto con su hermano Karl había fundado en 1948 en la devastada Alemania la primera tienda de un imperio conocido como ALDI (por Albrecht Diskonto). La filosofía inamovible de esa cadena de miles de tiendas (la mayor parte de ellas en Alemania), ha sido la de “vender lo mejor al menor precio posible”. La cifra de negocios del año pasado fue del orden de 40 billones de dólares. Podría concluirse entonces que “el precio justo no es mal negocio”.

A pocos años de iniciar sus actividades los hermanos se separaron. Theo se quedó con las tiendas del norte de Alemania y Karl con las del sur. Con el correr de los años han surgido en ese país cadenas rivales, como Lidl y Netto, que con gerencia más moderna están poniendo en entredicho la supremacía de ALDI.

Ignoro si las tiendas D-1 pertenecen a una firma alemana, o si son de venezolanos, o de colombianos bien discretos. En todo caso merecen atenta consideración por su capacidad para transformar el mercadeo de alimentos en Colombia en favor de los consumidores.

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Algunos amigos, condolidos de mi incapacidad para manejar medios electrónicos, me hacen llegar artículos y presentaciones muy interesantes, que les agradezco vivamente.

De Alberto Wagner de Reyna (Perú, 1915-1996) solamente he leído “Introducción a la liturgia”, libro tan bello como profundo, que me previno oportuna y saludablemente contra las equivocaciones, errores, exageraciones y solecismos, acompañados de cánticos absurdos, que conforman la funesta herencia de las reformas postconciliares que ocasionaron el general decaimiento del culto divino. Desde entonces admiraba a ese escritor del que no sabía nada más.

Por aquellas extrañas cosas del destino hace poco recibí por Internet “El hombre del siglo xxi”, el último y excelente artículo que escribió este filósofo, historiador y diplomático peruano, embajador de su país en Bogotá en 1948.

He acudido a la página de la Academia Peruana de la Lengua y encontrado que ese gran escritor se ocupó de Aristóteles y Heidegger, y escribió poemas, cuentos, novelas, tratados de historia y hasta un auto sacramental.

La nostalgia que experimentamos por lo que no habremos de leer se agudiza considerando este tardío encuentro con un escritor excepcional, pero de un ámbito bien alejado del nuestro.

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La ratificación por parte de la Corte Constitucional de la sentencia que ordena enseñar en los colegios a las adolescentes que tienen el “derecho” de eliminar la vida humana intrauterina, plena e inocente, es una providencia que deshonra a esa corporación, sume al país en la barbarie, convierte los hospitales en mataderos, y a los médicos, despojados de la objeción de conciencia, en sicarios.

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