lunes, diciembre 24, 2012

El eje cafetero, las escaladas a los valles y los “casi-vuelco” de los jeeps



El eje cafetero, las escaladas a los valles y los “casi-vuelco” de los jeeps

Desde que entramos en Colombia estábamos empeñados en ver el eje cafetero. Nos habían contado que es uno de los paisajes más bonitos del país, incluso más que sus playas, y resultó que tenían razón. El eje cafetero lo forman tres ciudades, Manizales, Pereira y Armenia, pero sobre todo los alrededores de cada una de ellas, donde se extienden valles verdes enormes y te cruzas con un montón de calcamonías de aquel Juan Valdez de los anuncios, con su sombrero y su poncho al hombro -la mayoría también con grandes patillas y/o bigote-, que saludan con un amistoso levantamiento de barbilla.
Para verlo tienes dos opciones: viajar desde Medellín a Manizales, luego a Pereira y desde allí a Armenia, o quedarte en una de las tres ciudades y moverte desde allí (hay poca distancia entre ellas). Nosotros optamos por lo último y nos quedamos en Pereira, una ciudad pequeña pero con bastante actividad a medio camino entre las otras dos donde es fácil sentirse a gusto. Desde allí tienes un montón de opciones. Por ejemplo, ir al centro y parar cualquier autobús o chiva a uno de los pueblos cercanos para después caminar por los senderos que encuentres por allí. Sin un destino muy fijo nos montamos en la primera chiva que pasó, que iba dirección a La Florida, y nos bajamos en el santuario de Otum Quimbaya, que puedes visitar por dentro con un guía previo pago o por fuera a tu aire sin pagar, que fue lo que hicimos.
En teoría, verás un montón de pájaros de todos los colores (nosotros sólo vimos cuatro, pero seguramente porque no andamos muy puestos en lo del avistamiento de aves), y tras unos seis kilómetros por un sendero salvaje te encuentras con el único bar de la zona, lugar de reunión de los agricultores y ganaderos de por allí, donde puedes tomarte algo y echarte una buena charla hasta que a la chiva le toque iniciar el regreso.
Muy cerquita también de Pereira están las termas naturales de Santa Rosa y San Vicente, a las que se llega en colectivo si vas en el horario correcto. Nosotros anduvimos despistados y para cuando llegamos al pueblo desde donde sale el colectivo se había acabado el servicio, así que tocó subir en jeep con un tipo que nos contó que sus hijos viven en España y cuando vienen de visita le traen “una carne que se come cruda muy sabrosa” (tardamos un rato en caer que era jamón serrano). Allí puedes darte unos baños buenísimos con agua caliente y no tanto rodeado de montañas por un precio muy asequible.
También hay otra visita que todo el mundo recomienda, y no vamos a ser nosotros los que llevemos la contraria. Se trata de Salento, uno de esos pueblos de postal, con calles empedradas y casas de colores, donde te puedes alojar en posadas o fincas cafeteras a buen precio. Pero lo que de verdadmerece la pena si llegas hasta Salento es darte una vuelta por el valle del Cocora. Esperando en la plaza a que salieran los jeeps que te acercan a la entrada del valle escuchamos un “¡Hombre!” muy español, así que nos dimos la vuelta y allí estaba Rubén, compañero leonés de las batallas de las islas de San Blas. Con él hicimos el paseo y la subida del Cocora, él tan contento y nosotros con la lengua fuera: tras una hora y media caminando por senderos -unos marcados, otros menos-, cruzando puentes hechos con troncos y pasando de un lado a otro del río, llega la traca final: una subida prácticamente en vertical que costó lo suyo subir (y eso que es menos de un kilómetro). Lo bueno es que una vez arriba tienes unas vistas estupendas. Y ya sólo quedaba caminar otra hora (cuesta abajo) para llegar a los jeeps que te dejan en Salento.
Tuvimos suerte y encontramos uno que salía ya. Preguntamos si cabíamos los tres porque ya iban otros seis dentro. El conductor contestó que sí riéndose bastante. Luego lo entendimos: a lo largo del trayecto recogeríamos a otros siete u ocho pasajeros más. Lo que no sabemos explicaros es cómo conseguimos colocarnos, pero resumiendo, malamente. Por eso, en las curvas, cuando parecía que aquello iba volcar, se oían risas nerviosas de varios pasajeros, locales y extranjeros. Y entonces alguien soltó una de esas preguntas que lo único que busca es una respuesta tranquilizadora, y se encontró con lo contrario. “Estos coches no vuelcan, ¿no?”. Y tres mujeres que, como nosotros, iban de pie, pero en la parte de fuera, asintieron con la cabeza. No dijeron nada más hasta que unos minutos después llegamos a Salento, y ya con la sonrisa de quien se sabe a salvo nos contaron que hacía unos días había volcado un jeep, y otro poco tiempo antes, por llevar pasajeros de más.
Así que no había de qué quejarse: éramos unos chicos con suerte. Para celebrarlo quedamos con Rubén al día siguiente en Cali (él dormía en Armenia y nosotros en Pereira), para viajar a Popayán y ver si esa suerte se mantenía a la hora de cruzar la frontera con Ecuador.
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    IGNACIO GOMEZ ESCOBAR igomeze@gmail.com skype: igomeze (+57) 3014152370

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