El Tiempo / En el bazar Los Puentes, centro comercial de exrecicladores, venden y compran artículos de segunda. Desde vitrolas y acetatos en buen estado, figuras de arte pop que anhelan tener los coleccionistas, hasta ropa interior de Navidad, camas de estilo victoriano y máquinas de coser clásicas, se venden en el bazar de Los Puentes en Medellín, el centro comercial de los que un día fueron recicladores.
El bazar, ubicado en pleno Centro de la ciudad, lleva 10 años ofreciendo artículos de segunda que los recicladores recogen en las casas de los barrios de estratos altos o los dueños los llevan para negociarlos ante alguna emergencia económica.
Los artículos que allí venden, aunque al ser recogidos de la basura pareciera que no se les pudiera dar uso, son lavados, cocidos, pintados, soldados y vueltos a armar. Todavía tienen mucha vida y estas personas saben cómo dársela.
"Esto también es un servicio social porque, por ejemplo, cogemos un zapato roto, y acá se deja como nuevo. Queda espectacular. Hay gente que tiene de sobra y bota por botar, pero otros comen de la basura, como nosotros", dice María Valencia, presidenta de la Asociación de Recuperadores.
Y es precisamente ese el significado de bazar, palabra persa que significa "el lugar de los precios". El bazar parece un lugar estancado en el pasado, en completa oposición a la sociedad moderna que todo lo crea y lo desecha rápidamente.
"Yo vendo antigüedades, la mayoría son vasijas y figuras de cobre o bronce. Hay gente que no las aprecia y las bota; otros vienen, me compran y después regresan y cambian su objeto por otra cosa", cuenta Luis Enrique Cano, comerciante.
Como Luis Enrique, todos los 120 comerciantes que tienen locales en el bazar se dedican a este oficio de recuperación de artículos usadas, solo algunos de ellos venden ropa o accesorios nuevos, muy económicos, de cargazón.
Sin embargo, un 95 por ciento de estos comerciantes se especializan en algún tipo de objetos: electrodomésticos, ropa, adornos de Navidad, antigüedades, muebles, herramientas de carpintería, bicicletas, juegos de video, cámaras y películas en VHS, zapatos o accesorios para mujer y juguetes.
"Yo vengo cada semana y me gusta sentir que voy a encontrar cosas que me pertenecían. A veces me encuentro objetos curiosos, por ejemplo este muñequito", dice Angélica Osorio, artista plástica, al tiempo que muestra un pequeño diablo que tiene una cavidad para ponérselo en el dedo índice.
Se lo pone y mueve el dedo. "Me lo encontré por casualidad", agrega. Para Angélica ir al bazar parece ser un reencuentro con su pasado, pero para José Pérez y Angélica Fonseca, esposos, el poder comprar una licuadora a 10.000 pesos, ollas a 4.000, camisas a 3.000, accesorios de Navidad para adornar el cuarto en donde viven, representa una oportunidad para acceder a todas aquellas cosas que de otro modo no podrían comprar.
Como ellos, más de 5.000 personas llegan todos los días al bazar con el objetivo de vender, comprar e intercambiar objetos. Hay música y bullicio desde las seis de la mañana cuando van llegando comerciantes y recicladores, no es sino que algún transeúnte mire de reojo alguna cosa para que como voceadores publiquen su precio u ofrezcan otros de sus cacharros.
"Yo me puedo hacer de 8.000 a 50.000 pesos diarios, depende de la suerte. Pero mire, a los que pasan les gusta lo que vendo porque estas prendas son lavadas a mano, yo las cuido, no vendo cosas sucias. Este pantalón tan bello me lo envió un familiar de Estados Unidos", explica Jaime Arredón, quien vende en la acera del bazar.
Él desea tener uno de los 18 locales que, sin razón alguna, fueron desocupados por sus usufructuarios. "Sería una oportunidad para crecer", agregó Arredón.
La alcaldía de Medellín a eximido a estos comerciantes del pago de servicios públicos, impuestos y arriendo. Además, dice Flor María Martínez, quien vende artículos de ferretería, viven felices porque ya no tienen que recorrer las calles, expuestos a la lluvia y el sol.
Igual cantidad de historias hay en los que venden, como en los mismos objetos, porque siempre habrá sentimentalismo en lo antiguo, lo que pasó de mano a mano. De pronto le perteneció a algún familiar, a nosotros mismos, a nuestros abuelos o tatarabuelos, lo reconocemos porque hace parte de la historia.
Paola Morales Escobar Redactora EL TIEMPO
El bazar, ubicado en pleno Centro de la ciudad, lleva 10 años ofreciendo artículos de segunda que los recicladores recogen en las casas de los barrios de estratos altos o los dueños los llevan para negociarlos ante alguna emergencia económica.
Los artículos que allí venden, aunque al ser recogidos de la basura pareciera que no se les pudiera dar uso, son lavados, cocidos, pintados, soldados y vueltos a armar. Todavía tienen mucha vida y estas personas saben cómo dársela.
"Esto también es un servicio social porque, por ejemplo, cogemos un zapato roto, y acá se deja como nuevo. Queda espectacular. Hay gente que tiene de sobra y bota por botar, pero otros comen de la basura, como nosotros", dice María Valencia, presidenta de la Asociación de Recuperadores.
Y es precisamente ese el significado de bazar, palabra persa que significa "el lugar de los precios". El bazar parece un lugar estancado en el pasado, en completa oposición a la sociedad moderna que todo lo crea y lo desecha rápidamente.
"Yo vendo antigüedades, la mayoría son vasijas y figuras de cobre o bronce. Hay gente que no las aprecia y las bota; otros vienen, me compran y después regresan y cambian su objeto por otra cosa", cuenta Luis Enrique Cano, comerciante.
Como Luis Enrique, todos los 120 comerciantes que tienen locales en el bazar se dedican a este oficio de recuperación de artículos usadas, solo algunos de ellos venden ropa o accesorios nuevos, muy económicos, de cargazón.
Sin embargo, un 95 por ciento de estos comerciantes se especializan en algún tipo de objetos: electrodomésticos, ropa, adornos de Navidad, antigüedades, muebles, herramientas de carpintería, bicicletas, juegos de video, cámaras y películas en VHS, zapatos o accesorios para mujer y juguetes.
"Yo vengo cada semana y me gusta sentir que voy a encontrar cosas que me pertenecían. A veces me encuentro objetos curiosos, por ejemplo este muñequito", dice Angélica Osorio, artista plástica, al tiempo que muestra un pequeño diablo que tiene una cavidad para ponérselo en el dedo índice.
Se lo pone y mueve el dedo. "Me lo encontré por casualidad", agrega. Para Angélica ir al bazar parece ser un reencuentro con su pasado, pero para José Pérez y Angélica Fonseca, esposos, el poder comprar una licuadora a 10.000 pesos, ollas a 4.000, camisas a 3.000, accesorios de Navidad para adornar el cuarto en donde viven, representa una oportunidad para acceder a todas aquellas cosas que de otro modo no podrían comprar.
Como ellos, más de 5.000 personas llegan todos los días al bazar con el objetivo de vender, comprar e intercambiar objetos. Hay música y bullicio desde las seis de la mañana cuando van llegando comerciantes y recicladores, no es sino que algún transeúnte mire de reojo alguna cosa para que como voceadores publiquen su precio u ofrezcan otros de sus cacharros.
"Yo me puedo hacer de 8.000 a 50.000 pesos diarios, depende de la suerte. Pero mire, a los que pasan les gusta lo que vendo porque estas prendas son lavadas a mano, yo las cuido, no vendo cosas sucias. Este pantalón tan bello me lo envió un familiar de Estados Unidos", explica Jaime Arredón, quien vende en la acera del bazar.
Él desea tener uno de los 18 locales que, sin razón alguna, fueron desocupados por sus usufructuarios. "Sería una oportunidad para crecer", agregó Arredón.
La alcaldía de Medellín a eximido a estos comerciantes del pago de servicios públicos, impuestos y arriendo. Además, dice Flor María Martínez, quien vende artículos de ferretería, viven felices porque ya no tienen que recorrer las calles, expuestos a la lluvia y el sol.
Igual cantidad de historias hay en los que venden, como en los mismos objetos, porque siempre habrá sentimentalismo en lo antiguo, lo que pasó de mano a mano. De pronto le perteneció a algún familiar, a nosotros mismos, a nuestros abuelos o tatarabuelos, lo reconocemos porque hace parte de la historia.
Paola Morales Escobar Redactora EL TIEMPO
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