domingo, febrero 07, 2016

Las dos caras del mercado campesino en Neiva

Las dos caras del mercado campesino en Neiva



Las dos caras del mercado campesino en Neiva


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Las dos historias detrás de los dos mercados campesinos más emblemáticos de la capital huilense tienen los rostros de la pujanza y entereza, pero también de la crisis, el abandono y la incertidumbre. El auge de las grandes cadenas de supermercados crece, pero el mercado campesino sigue tan vigente como el alimento que se vende.

Cae la noche en Calixto. Las frutas y verduras comienzan a disminuir en los estantes. Es viernes y los cerca de cien campesinos provenientes de las zonas rurales del norte y oriente de Neiva están finalizando su primera jornada de venta. La segunda culminará el sábado en la mañana, cuando algunos neivanos aprovechen el fin de semana para salir a mercar.
“Se le tiene el queso”, anuncia una vendedora que parte trozos sobre una bandeja. A su lado hay arvejas, plátanos, tomates, bananos, maduros, yuca, pepino, mangos, cholupa, pulpa de cholupa, maracuyá, pulpa de maracuyá. Hay todo lo que un mercado puede ofrecer, en medio de gallinas atadas que revolotean sus alas ante el roce desprevenido de algún transeúnte.
Hace 33 años nació Mercalixto, el tradicional mercado ubicado en el barrio que lleva ese mismo nombre: Calixto. Del barrio Las Granjas, cuando otros campesinos quisieron también instalar sus propias ventas, llegaron allí y emprendieron su idea de negocio de mercado, pero además, por una necesidad mayor: continuar vendiendo las verduras y frutas que aún siguen produciendo en sus fincas. Primero llegaron treinta, luego cincuenta, sesenta, y así sucesivamente. Pero cuando el mercado llegó a un pico de vendedores, el número de estos declinó. Hoy no supera los cien.
Mientras la mujer regala trozos de queso a los compradores que llegan, Silvia Rojas, una mujer de 63 años, cobra los impuestos que durante dieciocho años le han permitido a Coopmercalixto subsistir como cooperativa y a la vez, como asociación que sostiene la idea de mercado campesino. Silvia dice que muchos campesinos que están en Calixto hoy en día, salieron del barrio Granjas por problemas en esa zona y hasta con los mismos coordinadores del mercado, tras disputas y altercados. Y en medio de su labor de tesorera, Silvia explica que los impuestos se cobran dependiendo del producto que se venda. “Cobramos cada ocho días; hay impuestos que valen tres mil. Otros, como los cárnicos y pollos, son de cinco mil; y los pescados, tres mil. El dinero recolectado se invierte en “el arreglo del lugar”, dice. Los chalecos verdes con el nombre de la cooperativa, identifican a los vendedores.
El papá de Silvia, Germán Rojas, fue uno de los fundadores de Mercalixto. Dice que todos ya fallecieron y luego trata de recordar algún indicio de quienes más lo fueron. Pronuncia dos nombres: Miguel Casallas y don Arnulfo Gordo. “Gordo fue presidente del mercado, muy buen presidente”, expresa. Luego se dirige a una vendedora y le exige que le pague pero ella le responde que “cuando termine de hablar con la periodista” lo hará.
Mercalixto ha tenido abogados que han salvado el lugar de líos jurídicos y posibles hechos como desalojos, principalmente. Silvia dice que la cooperativa es legal, “pues nosotros tenemos personería jurídica, ahí, detrás de cada chaleco usted puede ver el número del NIT. Acá nosotros somos muy colaborativos y ordenados”, manifiesta.
Hay un pensamiento que muchos comparten. “Lo que hay aquí no es ni la mitad de lo que había hace diez años”, dice la mujer. “Es que con tanto almacén y supermercado, la gente tiene también sus preferencias, pero definitivamente esto es lo más natural y económico que se puede ofrecer”, dice.Luego narra una anécdota, la que según Silvia, permitió que hoy, casi diez años después, siguieran vigentes en esa zona de la ciudad. “Una vez Cielo, que en ese entonces era alcaldesa, nos mandó a llamar pero cuando llegamos decenas de campesinos a su oficina, nos recibió con dos piedras en la mano. Nos dijo que a la semana siguiente nos iba a ‘echar’ el Esmad sin ninguna contemplación. Pero nosotros nos unimos y enviamos una nota a ministros con copia al presidente Álvaro Uribe, para que nos colaboraran porque nos íbamos a quedar en la calle. A los cinco minutos de enviado el fax, nos llegó una respuesta de Uribe. La respuesta era que dejaran quietos a los campesinos”.
Silvia no sabe qué pasó entre “esos grandes personajes”, pero sí, que de Calixto nunca los pudieron sacar. Sigue recorriendo y abordando a los vendedores. Al día siguiente partirá nuevamente a su finca de Las Ceibas y como cada ocho días, volverá para ordenar las listas financieras del mercado.

Un elefante blanco que se sigue moviendo
Mercaneiva perece escondida. Pese a su ubicación, permea con Neiva la Nueva, una zona que promete extensas urbanizaciones y desarrollo comercial en el sur del Huila. El lugar aguarda alrededor de trescientos campesinos y revendedores. Al parqueadero, el cual es usufructuado por el dueño de las instalaciones de esa infraestructura llegan lujosos carros de los cuales descienden damas y caballeros que con lista en mano se alistan a mercar.
Mercaneiva nació hace 18 años y es más joven que el propio Mercalixto. Llegó con la construcción de la central de abastos Surabastos y antes de que esta existiera, los campesinos tenían su lugar de venta en la galería central, ubicada en lo que hoy se conoce como Plaza Cívica Los Libertadores. Era el templo sagrado de las ventas de frutas y verduras, antes de que órdenes de la Administración Municipal de la época decidieran demolerla.
Ricardo Bocanegra lleva los mismos 17 o 18 años que tiene Mercaneiva, “creo que son 17”, dice. Parece que la memoria le falla un poco. Dice que la galería central se acabó a raíz de un desorden que formaron los vendedores ambulantes “pero auspiciados por la misma alcaldía, que era la que daba los permisos para las casetas y ventas ambulantes, porque al interior de la galería había gente que estaba pagando arriendo, bien ubicados y sin hacer estorbos”.
Menciona a los dirigentes de la época. “El señor Gustavo Penagos Perdomo, el abogado Roberto Almario Mayor, quien era el secretario de Gobierno Municipal de ese entonces, ellos formaron un equipo y resolvieron destruir la galería del centro y el Pasaje Camacho porque, según ellos, el lugar era un foco de infección, de desorden y otras cosas, pero a la vez ellos mismos lo auspiciaban”, señala.
Ricardo mira las pequeñas claraboyas de la galería e intenta recordar. Hay un episodio para él importante. No sabe con exactitud el año pero está seguro que fue un 23 de diciembre. Por fin rememora y dice que ese día se unieron todos los campesinos en la galería central, con la idea de impedir la demolición del lugar. Pero la acción colectiva no fue suficiente. Efectivamente, el 24 de diciembre de 1998 la galería fue destruida, en medio de fuertes choques entre fuerza pública, campesinos y vendedores.
“Ese día nos trajeron fuerzas especiales traídas de Cundinamarca y Tolima. Eran los hombres más grandes que había visto en mi vida; por encima, en el techo, nos echaron gases lacrimógenos ‘o se salen o se mueren’. Ese día decretaron toque de queda y fue un día nefasto para todos nosotros”, comenta y añade que fue esa la primera vez que decretaron dicha medida en la capital. “Eso lo ordenó Roberto Almario Mayor, que igualmente fue gerente de este lugar”.
Quienes salieron despavoridos del sitio, con las pocas pertenencias que pudieron rescatar en medio de la demolición, fueron reasentados en las primeras instalaciones de la central Surabastos, pese a que la idea de la administración era reubicarlos en dicho lugar cuando ya estuviera terminado. “Nos botaron como perros a aguantar hambre y sol por aquí cuando esto ni siquiera habían terminado de construirlo”, dice Ricardo.
Mercaneiva no está terminado y ninguno de los que trabaja allí sabe cuándo culminará su construcción. A los puestos les faltan enchapes de mármol contemplados en los diseños y la calificación de ‘verraquera’ que los ingenieros aludían en su momento, pasó de la expectativa a la triste realidad. “Esto lo construyeron de mala fe”, asegura Ricardo. Y añade que “nos vendieron sobre un plano que nunca construyeron y hasta la fecha no lo han cumplido. También crearon un decreto que dice que a ‘tantos’ kilómetros a la redonda del microcentro de Neiva no debe haber venta de productos perecederos, eso está vigente, pero vaya y vea, nunca lo han hecho cumplir”.
El dilema de Mercaneiva radica en sus instalaciones. Ricardo asegura que la gente sigue comprando pero que los grandes supermercados acabaron sus días de gloria allí. “Esto es muy lejos. ¿Se imagina donde hubiera transporte para que la gente viniera y mercara acá? Porque lo que acá se ofrece es fresco, no está tratado y es más económico que lo que se vende en los supermercados”, afirma.
Los puestos de tintos se llenan. Los caldos calientes están servidos sobre los mesones de cemento que hay en algunas casetas. Son casi las ocho de la mañana y las primeras ventas ya comienzan a notarse. Martes, viernes, sábado y domingo son los días en que Mercaneiva procura ser la gloria de las ventas de frutas y verduras. “Esto es un elefante blanco, pero aquí nos seguimos moviendo, como se pueda, aquí estamos”.

Por: Laura Marcela Perdomo

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