Ahora, los tenderos - Carlos Castillo Cardona - Columna EL TIEMPO - Columnistas - ELTIEMPO.COM
Con risa, rabia y lástima, he leído que una de esas empresas de supermercado de bajo precio tiene riñas jurídicas con otra.
Me produce risa la causa de la pelea, que es la presión que una hace a los proveedores para que no le vendan a la otra. Se presenta como si fuera algo nuevo. La distorsión del mercado es una práctica común. ¿No le han dicho en un restaurante que no “manejan” la marca de gaseosa que usted solicita, porque solo venden la de la competencia? A usted, en esta libertad de mercado, le toca tomar a la fuerza la que no quiere o hacer como yo: pedir agua de la llave.
En todo el país se ven neveras de una marca de bebidas, donadas graciosamente por una de las compañías, que impide la venta de las de la competencia. La locura monopolizadora embarga a las empresas, hasta el punto de prohibir a sus empleados el consumo de otras marcas. Llegan a extremos ridículos.
Fui testigo. La ‘Chiva’ Cortés había organizado un almuerzo para un alto dignatario nacional, recién elegido en ese tiempo. La fiesta era en su finca, El Zancudo, y había sido invitado el propietario de una de esas firmas, un Cacao. Cuál no sería la sorpresa de Cortés cuando se le presentaron los guardaespaldas a revisar las dependencias para retirar las gaseosas producidas por el señor Cacao y remplazarlas por la propia.
La iracunda respuesta de la ‘Chiva’ fue: “Yo soy Cortés, pero también Castro”, haciendo referencia a su segundo apellido y a su entereza para enfrentarse a toda injusticia.
Y me da rabia, porque esa es la práctica común de nuestra economía, en la que la ‘libre competencia del mercado’ no se da en estos países marginales del capitalismo. Hay toda clase de distorsiones. ¿No han visto las promociones en las que los productos son más baratos si se paga con la tarjeta de crédito de esa firma?
Es posible que muchos no se acuerden, porque el consumidor tiene memoria de gallina, de los escándalos de los azucareros o los del papel. ¿Cuántos más hay? ¿Cuántos carteles de productores hay en Colombia? ¿Cómo se arreglan las tarifas de telefonía, de señales de internet, de televisión pagada, de horas de publicidad en los noticieros enfrentados? Con estos ‘ajustes de competencia’ se hacen con el espacio aéreo que nos pertenece, pero que el Estado ha entregado a empresas privadas por medio de grises licitaciones.
No puedo menos de sentir ira por los entresijos de nuestra economía, tan alabada en público por ministros y presidentes, y tan limitada, obscena y guiada por el manto de la estafa y la corrupción, tal como salta, cual liebre, en la prensa cada tanto tiempo, para volverse a ocultar en la madriguera del laissez faire, laissez passer.
Pero me da mucha tristeza lo que ocurre con los tenderos para pobres y, por ende, con los pobres. Ya no se trata solamente de la expansión de las tiendas ‘exprés’ de los grandes supermercados. Ahora aparecen estos supermercados de bajo precio, con un crecimiento planificado que muestran las noticias, sin crítica o protesta. Solo nos hablan de competencia y demandas entre dos firmas, cuando en realidad se trata de buscar un control monopólico de las áreas de comercio más pobre. Los productos son de marcas ‘raras’, la calidad no es la misma, no tienen talegos.
Son como los tenderos que quieren desterrar. Solo que los tenderos son el centro de las noticias del barrio, venden por decilitros y puchos y hacen pequeños préstamos que anotan en cuadernos para ser cancelados cuando haya plata. Ellos hacen parte de una cultura del rebusque, de una estrategia de supervivencia, en este mundo ahogado por la ganancia y la utilidad desmedidas. Son comunidad. Los que llegan son lo contrario.
Me produce risa la causa de la pelea, que es la presión que una hace a los proveedores para que no le vendan a la otra. Se presenta como si fuera algo nuevo. La distorsión del mercado es una práctica común. ¿No le han dicho en un restaurante que no “manejan” la marca de gaseosa que usted solicita, porque solo venden la de la competencia? A usted, en esta libertad de mercado, le toca tomar a la fuerza la que no quiere o hacer como yo: pedir agua de la llave.
En todo el país se ven neveras de una marca de bebidas, donadas graciosamente por una de las compañías, que impide la venta de las de la competencia. La locura monopolizadora embarga a las empresas, hasta el punto de prohibir a sus empleados el consumo de otras marcas. Llegan a extremos ridículos.
Fui testigo. La ‘Chiva’ Cortés había organizado un almuerzo para un alto dignatario nacional, recién elegido en ese tiempo. La fiesta era en su finca, El Zancudo, y había sido invitado el propietario de una de esas firmas, un Cacao. Cuál no sería la sorpresa de Cortés cuando se le presentaron los guardaespaldas a revisar las dependencias para retirar las gaseosas producidas por el señor Cacao y remplazarlas por la propia.
La iracunda respuesta de la ‘Chiva’ fue: “Yo soy Cortés, pero también Castro”, haciendo referencia a su segundo apellido y a su entereza para enfrentarse a toda injusticia.
Y me da rabia, porque esa es la práctica común de nuestra economía, en la que la ‘libre competencia del mercado’ no se da en estos países marginales del capitalismo. Hay toda clase de distorsiones. ¿No han visto las promociones en las que los productos son más baratos si se paga con la tarjeta de crédito de esa firma?
Es posible que muchos no se acuerden, porque el consumidor tiene memoria de gallina, de los escándalos de los azucareros o los del papel. ¿Cuántos más hay? ¿Cuántos carteles de productores hay en Colombia? ¿Cómo se arreglan las tarifas de telefonía, de señales de internet, de televisión pagada, de horas de publicidad en los noticieros enfrentados? Con estos ‘ajustes de competencia’ se hacen con el espacio aéreo que nos pertenece, pero que el Estado ha entregado a empresas privadas por medio de grises licitaciones.
No puedo menos de sentir ira por los entresijos de nuestra economía, tan alabada en público por ministros y presidentes, y tan limitada, obscena y guiada por el manto de la estafa y la corrupción, tal como salta, cual liebre, en la prensa cada tanto tiempo, para volverse a ocultar en la madriguera del laissez faire, laissez passer.
Pero me da mucha tristeza lo que ocurre con los tenderos para pobres y, por ende, con los pobres. Ya no se trata solamente de la expansión de las tiendas ‘exprés’ de los grandes supermercados. Ahora aparecen estos supermercados de bajo precio, con un crecimiento planificado que muestran las noticias, sin crítica o protesta. Solo nos hablan de competencia y demandas entre dos firmas, cuando en realidad se trata de buscar un control monopólico de las áreas de comercio más pobre. Los productos son de marcas ‘raras’, la calidad no es la misma, no tienen talegos.
Son como los tenderos que quieren desterrar. Solo que los tenderos son el centro de las noticias del barrio, venden por decilitros y puchos y hacen pequeños préstamos que anotan en cuadernos para ser cancelados cuando haya plata. Ellos hacen parte de una cultura del rebusque, de una estrategia de supervivencia, en este mundo ahogado por la ganancia y la utilidad desmedidas. Son comunidad. Los que llegan son lo contrario.
CARLOS CASTILLO CARDONA
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