Manuel Saldarriaga | En primera fila, Juan Fernando, Raúl Mario y Danilo. Atrás, Jesús David, Ángel, y el papá de los Castaño, Daniel.
Duros de La Mayorista, hechos ¡con papa y yuca!
UN VIAJE A la intimidad de la central de abastos. Cinco comerciantes líderes en granos, aguacate, papa, tomate, yuca y plátano, cuentan cómo, de la nada, armaron sus empresas. Sus galpones fueron la escuela de quienes los están relevando: sus hijos.Nadie les ha regalado nada. Tampoco nacieron en cunas doradas. Algunos arribaron a Medellín con más deudas en el cuello que capital para invertir. Hay quién fue salvado de la quiebra gracias a la providencial llegada de su mujer al negocio. Le ganaron la batalla a la adversidad. Y todos, también, han visto crecer a sus hijos en los multicolores laberintos de la Central Mayorista de Antioquia.
Sus nombres son respetables símbolos en la plaza de mercado. Y no de ahora. Los Duque lideran la comercialización de granos. "Los Abejorros", Gloria Valencia y Guillermo Espinosa, mandan la parada en aguacate. Miguel Restrepo es el especialista en plátano y yuca. Víctor Zuluaga ha vivido siempre de la papa. Y en tomate los mayores jugadores son los siete hermanos Castaño Hoyos.
Sus nombres son respetables símbolos en la plaza de mercado. Y no de ahora. Los Duque lideran la comercialización de granos. "Los Abejorros", Gloria Valencia y Guillermo Espinosa, mandan la parada en aguacate. Miguel Restrepo es el especialista en plátano y yuca. Víctor Zuluaga ha vivido siempre de la papa. Y en tomate los mayores jugadores son los siete hermanos Castaño Hoyos.
» Contexto
El negocio saludable de los Castaño, el tomate
Por las manos de los siete hermanos Castaño Hoyos pasa el 20 por ciento del tomate que mueve a diario la Central Mayorista de Antioquia. El mayor de esta familia de marinillos es Jesús David, quien a los 16 años llegó a Guayaquil, para trabajar como mensajero de un tío que surtía de mercado a los restaurantes de varias empresas. Así conoció a unos amigos peñoleros que sembraban tomateras en Pereira, el mismo negocio en el que metió los primeros 150.000 pesos, en 1989.
La suerte estuvo de su lado. Jesús David pasó 20 años cultivando tomate en Risaralda, con un modelo muy común en el Eje Cafetero: los productores de café prestan gratis la tierra, le dan hospedaje al tomatero, le regalan la guadua para armar el cultivo y todo a cambio del abono de ese mismo terreno que luego se llenará de cafetales.
Los Castaño Hoyos se han modernizado. En invernaderos de San Antonio de Prado y Fredonia cultivan tomate. La productividad por mata es 40 por ciento superior, se usan menos agroquímicos, el producto es más durable y hasta más bonito. También compran diversas variedades en Jericó, Carolina del Príncipe, el Valle y Manizales. Y han diversificado su actividad, con siembras de pepino, pimentón y maracuyá, gracias a lo cual les dan empleo directo a 120 personas. En sus negocios nunca falta el tomate. Ni siquiera en época de precios deprimidos, como ahora, cuando el kilo oscila entre 700 y 800 pesos. "Si está barato, prefiero darle comida al pueblo en lugar de botar el producto", exclama Jesús David.
Nada qué ver, añade Raúl Mario, con los 3.000 pesos por kilo que se vieron hace 15 años. Con el agravante de que las ventas han caído a la mitad. Entre los siete mueven unas 50 toneladas diarias de tomate, cantidad que uno solo de ellos manejaba en la década de los 90. El empresario, y trovador, asocia el bajo consumo de frutas y verduras con el aumento de las enfermedades y llama la atención de las madres de familia para que equilibren más la dieta alimenticia.
"Los Abejorros siempre tienen aguacate"
"Los Abejorros" están solos para mover aguacate en La Central Mayorista de Antioquia. El apodo se lo ganó Guillermo Espinosa, por haber nacido en Abejorral, y por extensión cubre a su esposa, Gloria Valencia, oriunda de Manizales, y a sus hijos Alejandro, Daniela, Juan Francisco y Manuel Andrés.
Con una alegría contagiosa, Gloria asegura que en su local nunca falta el aguacate, un producto del que se declara enamorada desde hace 30 años. "Creo que a mí me hicieron debajo de un palo de aguacate. Lo adoro. No soy capaz de trabajar con otro producto". De hecho, probó suerte con el muy líder tomate de aliño, pero terminó volviendo a su verde pasión.
Por estos días el precio parece cuestión de locos. En noviembre de 2009 estuvo a 2.500 pesos el kilo. Esta semana se puso a 4.500 pesos. "El aguacate sube más que el petróleo". Y aún podría treparse más, si se considera que hace tres años, por cuenta de un crudo invierno, la cotización desbordó los 6.000 pesos por kilo.
"Los Abejorros" mueven en una semana de 24 a 30 toneladas de aguacate. Les llega de toda Colombia. También de Ecuador y Venezuela. La mayoría, sin embargo, proviene de Armenia.
Ellos son de los pocos comerciantes que tienen aguacate en esta temporada. Las razones son variadas: tres décadas continuas en el negocio. Pagos oportunos, pues Gloria les repite a sus hijos que "así se le muera su mamá, pague el día que prometió". Mucha responsabilidad, ya que es necesario levantarse faltando un cuarto para las 2:00 a.m. y trabajar hasta el mediodía o hasta las 4:00 p.m., cuando es preciso.
Amarguras no faltan. Hace cuatro años Gloria le metió 12 millones de pesos a un cargamento, ilusionada con las ventas del día de las madres. Ocurrió lo inesperado: La Mayorista se inundó de aguacates y el que había adquirido a 2.500 pesos el kilo, lo tuvo que dejar a 300 pesos.
Todos sus hijos han pasado por la escuela de "Los Abejorros". Juan Francisco está al lado de Gloria en La Mayorista. Y Manuel Andrés, su otro hijo, ya tiene ubicado su puesto en La Minorista.
El rostro le brilla a Gloria cuando repite que "este producto es muy bonito" y rico en variedad, con más de 100 clases dentro de los injertos. Hay para darle gusto y buen trato a todos los clientes. "Desde el que me compra un kilo, hasta el almacén de cadena que lleva cinco o siete toneladas. A todos los atiendo igual".
Don Víctor, el buena papa
Un plante de 1.000 pesos en el bolsillo. Endeudado hasta la conciencia, representada en 30.000 pesos. Y con 15 hermanos santuarianos para sacar adelante. Con 17 años de edad, tal era el panorama que tenía Víctor Zuluaga al llegar a Medellín, en agosto de 1959, para administrar la venta de papa que tenía en El Pedrero su abuelo, Antonio, quien se arruinó con el cambio de la vía principal que comunicaba el Santuario con la capital antioqueña.
Desde niño le gustó estar metido en la tienda del Señor Caído, recibiendo y empacando papa. Sin embargo, a la plaza de El Pedrero, en la capital antioqueña, llegó con escasos conocimientos, que sus amigos le fueron subsanando. Aprendió rápido y a todos los hermanos los sacó al otro lado a punta de papa.
Él mismo compraba el producto en el Carmen, La Unión, San Vicente, Rionegro, Bogotá, Nariño. Por su calidez y franqueza le llegaba fácil a la gente. Claro que también es muy derecho para los negocios y por eso lo sacan de quicio los torcidos. Al local 28B, del bloque 13 de La Mayorista, llegó en diciembre de 1980. Un vecino le prestó plata para comprar el escritorio y el teléfono. Desde entonces no se ha movido de allí. Está casado con Teresita y tiene seis hijos, de los cuales cuatro trabajan con él en La Mayorista: Víctor Hugo, Andrés, Paula y Edwin.
La papa, anota Víctor Hugo, es fiel reflejo del capitalismo salvaje. Es pura competencia, en calidad y precio. En La Mayorista están entre los tres primeros comercializadores, al lado de los Álvarez y Guillermo Uribe. Sumando producciones de zonas como Antioquia, Nariño y Boyacá manejan semanalmente de 3.000 a 4.000 bultos. La más cotizada es la de la región antioqueña, aunque también ganan espacio las traídas de otros departamentos.
Allí se trabaja de 5:30 a.m. a 6:00 p.m., de lunes a viernes. El sábado, hasta las dos o tres de la tarde, y el domingo solo hasta las 9 a.m. La organización, en su segunda generación, complementa la venta de papa con su cultivo y con la ganadería de leche. La unidad familiar está intacta y es normal que en un fin de semana en la casa de don Víctor y Teresita se congreguen 20 personas, incluyendo a sus ocho nietos.
¿Y hay mucho estrés en la venta de papa? Uffff, dicen en coro Víctor Hugo y Edwin, "porque se sabe a qué precio se compra hoy, pero no a qué valor se venderá mañana".
"Uno vivía humillado aquí": los Duque
Don Jesús María Duque, quien se la pasaba de feria en feria comerciando animales, les inculcó a sus ocho hijos que había que salir a recorrer el mundo, solo, para ver qué tan persona era uno. A los 17 años le llegó el turno a Antonio. Durante cuatro años caminó por el Valle, Pereira y Armenia, ganando entre 3 y 5 pesos semanales.
Las ganas de estar en familia lo trajeron de regreso a su natal Santuario, en donde atendía con sus hermanos una tienda. En 1963 los Duque vinieron a dar a Medellín y se especializaron en la venta de arroz, fríjol y maíz. Francisco, Arturo, Gabriel, Gilberto, José María y Antonio eran tan unidos en el hogar como en los negocios. La primera prima de un local comercial la adquirieron en pleno Guayaquil, en donde vendían los productos que les compraban a encopetados comerciantes, con pinta de banqueros. Ya sin amargura, Antonio confiesa que "uno vivía humillado aquí". Al mediodía las puertas de sus proveedores se cerraban hasta las 2:00 p.m. y lo que más piedra les sacaba es que cuando de un arrume de bultos querían el cuarto, les decían que si no les gustaba el de arriba, no había negocio. "El de la plata es el que manda", se dijeron a sí mismos los Duque, y prometieron cambiar ese maltrato que otros comerciantes les daban a sus clientes.
De Guayaquil pasaron a la carrera Cúcuta. El amplio local les permitió montar hasta trilladora. De ahí saltaron a La Mayorista, en diciembre de 1980. "Aquí nos crecimos", exclama Antonio.
Ya es casi leyenda familiar la época en que el mozuelo Duque se iba para Dabeiba a traer, en dos o tres viajes, entre 8 y 10 toneladas de fríjol. Hoy, en un día normal, de Mundial de Granos y Panela salen con mercancías 50 vehículos, desde motos hasta tractomulas.
La firma es fuente de empleo directo para 20 personas y despacha, según Ignacio Duque, hijo de don Antonio, un promedio mensual de 200.000 kilos de maíz, 40.000 de fríjol y 200.000 de arroz. La velocidad de los negocios lleva a que éstos se hagan de palabra. Solo un 30 por ciento de su clientela llega físicamente a la plaza.
Antonio comenta que tuvo clientes durante 40 años, a los que nunca les vio la cara. Eran de la lista de los buenos. Él les mandaba
el producto y ellos la plata. Así de simple. Desde hace una década Antonio les entregó las riendas de la organización a sus hijos, Ignacio, Damián y Mauricio Duque Serna, quienes, desde pequeños, habían aprendido el oficio en La Mayorista.
La segunda generación afronta retos, como la baja en el consumo de granos. Los hogares comen menos fríjol y solo un dos por ciento de los menores de 15 años toma aguapanela. Por eso los Duque han incursionado en la venta de concentrados para animales.
Antonio les sigue dando buena sombra a sus hijos. Se le ve tranquilo, sentado cual bonachón patriarca, y feliz con su obra: "me casé sin un peso y levanté ocho hijos. Hemos comido y pasado sabroso".
"Traiga al trabajo la paz del hogar": Miguel y Carmenza
"Todo es para el Señor. Nosotros solo somos sus instrumentos". Con esa piadosa expresión termina Carmenza Ruiz la historia de su marido, Miguel Restrepo, y de la firma que lidera la comercialización de yuca y plátano en La Mayorista.
Miguel nació en Santa Rosa de Osos. A los 10 años caminaba por las calles de Medellín. Y a los 13 comenzó a trabajar con su tío, Francisco Restrepo, quien lo formó en el manejo de ambos productos. En 1995 le dio por independizarse. Encima tenía un capital, prestado, de cinco millones de pesos. Tres años más tarde estaba enculebrado hasta con su administrador. Debía 150 millones de pesos que lo tenían al borde de la quiebra. Como dicen por ahí, cuando Dios no baja, manda el angelito. En su caso, fue su esposa quien llegó a la empresa e influyó fuertemente en su salvación, respaldados, por supuesto, por unos clientes y proveedores que siempre les dieron la mano.
"Dios me guía para todo esto", añade Miguel, patrón de 22 personas que están en su nómina y quien, a finales de la década de los 90, se convirtió en el primer importador de plátano de Ecuador.
Su jornada, que va de las 2:30 a.m. a las 12 del día, está regida por el principio de "obre bien y le irá bien". A toda su clientela la trata con igual respeto y calidez. Las recompensas, aunque no se busquen, llegan solas. Un cliente de dos o tres kilos de plátano se puede convertir con el tiempo, y de hecho le ha pasado, en un comprador de 20.000 kilos y más. No se asombren. En La Mayorista es normal que las grandes fortunas caminen envueltas en prendas sobrias, sencillas, que pueden inducir a engaños. Armenia es su principal despensa para el plátano, el mismo que pone en Medellín y en diferentes pueblos antioqueños. En el 2009 lo llevó más allá, pues exportó a República Dominicana. La yuca también es de Armenia y Urabá.
En promedio, mueve semanalmente 150 toneladas de plátano y 120 toneladas de yuca, una cantidad que le alcanza hasta para abastecer supermercados de La Mayorista. El plátano más caro que ha manejado fue a 1.100 pesos el kilo. La escasez y la necesidad eran grandes. Un cliente le dijo que se lo pagaba a 1.500 pesos. La oferta fue rechazada, porque ya tenía comprometida esa producción. También le han tocado precios por el piso, como los 500 pesos el kilo registrado entre septiembre y octubre del año pasado.
A Miguel le bailan los ojos cuando habla de Carmenza. Igual felicidad refleja su rostro al comentar sobre sus hijos. Harvey es un fisioterapeuta, especializado en Australia, gomoso del fútbol, y su ayudante los domingos. Y Manuela es una joven alegre, encarretada con la equitación, amorosa y que vive muy pendiente de su familia.
Él también tiene sus claves del éxito: "Usted es el negocio; si no está presente, no es lo mismo". No hay que dejar caer la fe. Ser honesto con clientes y proveedores. Mantener una buena energía. Tratar bien a los empleados. Humildad y respeto por las personas". Y qué tal esta última recomendación: "Traer al trabajo la paz del hogar".
Por las manos de los siete hermanos Castaño Hoyos pasa el 20 por ciento del tomate que mueve a diario la Central Mayorista de Antioquia. El mayor de esta familia de marinillos es Jesús David, quien a los 16 años llegó a Guayaquil, para trabajar como mensajero de un tío que surtía de mercado a los restaurantes de varias empresas. Así conoció a unos amigos peñoleros que sembraban tomateras en Pereira, el mismo negocio en el que metió los primeros 150.000 pesos, en 1989.
La suerte estuvo de su lado. Jesús David pasó 20 años cultivando tomate en Risaralda, con un modelo muy común en el Eje Cafetero: los productores de café prestan gratis la tierra, le dan hospedaje al tomatero, le regalan la guadua para armar el cultivo y todo a cambio del abono de ese mismo terreno que luego se llenará de cafetales.
Los Castaño Hoyos se han modernizado. En invernaderos de San Antonio de Prado y Fredonia cultivan tomate. La productividad por mata es 40 por ciento superior, se usan menos agroquímicos, el producto es más durable y hasta más bonito. También compran diversas variedades en Jericó, Carolina del Príncipe, el Valle y Manizales. Y han diversificado su actividad, con siembras de pepino, pimentón y maracuyá, gracias a lo cual les dan empleo directo a 120 personas. En sus negocios nunca falta el tomate. Ni siquiera en época de precios deprimidos, como ahora, cuando el kilo oscila entre 700 y 800 pesos. "Si está barato, prefiero darle comida al pueblo en lugar de botar el producto", exclama Jesús David.
Nada qué ver, añade Raúl Mario, con los 3.000 pesos por kilo que se vieron hace 15 años. Con el agravante de que las ventas han caído a la mitad. Entre los siete mueven unas 50 toneladas diarias de tomate, cantidad que uno solo de ellos manejaba en la década de los 90. El empresario, y trovador, asocia el bajo consumo de frutas y verduras con el aumento de las enfermedades y llama la atención de las madres de familia para que equilibren más la dieta alimenticia.
"Los Abejorros siempre tienen aguacate"
"Los Abejorros" están solos para mover aguacate en La Central Mayorista de Antioquia. El apodo se lo ganó Guillermo Espinosa, por haber nacido en Abejorral, y por extensión cubre a su esposa, Gloria Valencia, oriunda de Manizales, y a sus hijos Alejandro, Daniela, Juan Francisco y Manuel Andrés.
Con una alegría contagiosa, Gloria asegura que en su local nunca falta el aguacate, un producto del que se declara enamorada desde hace 30 años. "Creo que a mí me hicieron debajo de un palo de aguacate. Lo adoro. No soy capaz de trabajar con otro producto". De hecho, probó suerte con el muy líder tomate de aliño, pero terminó volviendo a su verde pasión.
Por estos días el precio parece cuestión de locos. En noviembre de 2009 estuvo a 2.500 pesos el kilo. Esta semana se puso a 4.500 pesos. "El aguacate sube más que el petróleo". Y aún podría treparse más, si se considera que hace tres años, por cuenta de un crudo invierno, la cotización desbordó los 6.000 pesos por kilo.
"Los Abejorros" mueven en una semana de 24 a 30 toneladas de aguacate. Les llega de toda Colombia. También de Ecuador y Venezuela. La mayoría, sin embargo, proviene de Armenia.
Ellos son de los pocos comerciantes que tienen aguacate en esta temporada. Las razones son variadas: tres décadas continuas en el negocio. Pagos oportunos, pues Gloria les repite a sus hijos que "así se le muera su mamá, pague el día que prometió". Mucha responsabilidad, ya que es necesario levantarse faltando un cuarto para las 2:00 a.m. y trabajar hasta el mediodía o hasta las 4:00 p.m., cuando es preciso.
Amarguras no faltan. Hace cuatro años Gloria le metió 12 millones de pesos a un cargamento, ilusionada con las ventas del día de las madres. Ocurrió lo inesperado: La Mayorista se inundó de aguacates y el que había adquirido a 2.500 pesos el kilo, lo tuvo que dejar a 300 pesos.
Todos sus hijos han pasado por la escuela de "Los Abejorros". Juan Francisco está al lado de Gloria en La Mayorista. Y Manuel Andrés, su otro hijo, ya tiene ubicado su puesto en La Minorista.
El rostro le brilla a Gloria cuando repite que "este producto es muy bonito" y rico en variedad, con más de 100 clases dentro de los injertos. Hay para darle gusto y buen trato a todos los clientes. "Desde el que me compra un kilo, hasta el almacén de cadena que lleva cinco o siete toneladas. A todos los atiendo igual".
Don Víctor, el buena papa
Un plante de 1.000 pesos en el bolsillo. Endeudado hasta la conciencia, representada en 30.000 pesos. Y con 15 hermanos santuarianos para sacar adelante. Con 17 años de edad, tal era el panorama que tenía Víctor Zuluaga al llegar a Medellín, en agosto de 1959, para administrar la venta de papa que tenía en El Pedrero su abuelo, Antonio, quien se arruinó con el cambio de la vía principal que comunicaba el Santuario con la capital antioqueña.
Desde niño le gustó estar metido en la tienda del Señor Caído, recibiendo y empacando papa. Sin embargo, a la plaza de El Pedrero, en la capital antioqueña, llegó con escasos conocimientos, que sus amigos le fueron subsanando. Aprendió rápido y a todos los hermanos los sacó al otro lado a punta de papa.
Él mismo compraba el producto en el Carmen, La Unión, San Vicente, Rionegro, Bogotá, Nariño. Por su calidez y franqueza le llegaba fácil a la gente. Claro que también es muy derecho para los negocios y por eso lo sacan de quicio los torcidos. Al local 28B, del bloque 13 de La Mayorista, llegó en diciembre de 1980. Un vecino le prestó plata para comprar el escritorio y el teléfono. Desde entonces no se ha movido de allí. Está casado con Teresita y tiene seis hijos, de los cuales cuatro trabajan con él en La Mayorista: Víctor Hugo, Andrés, Paula y Edwin.
La papa, anota Víctor Hugo, es fiel reflejo del capitalismo salvaje. Es pura competencia, en calidad y precio. En La Mayorista están entre los tres primeros comercializadores, al lado de los Álvarez y Guillermo Uribe. Sumando producciones de zonas como Antioquia, Nariño y Boyacá manejan semanalmente de 3.000 a 4.000 bultos. La más cotizada es la de la región antioqueña, aunque también ganan espacio las traídas de otros departamentos.
Allí se trabaja de 5:30 a.m. a 6:00 p.m., de lunes a viernes. El sábado, hasta las dos o tres de la tarde, y el domingo solo hasta las 9 a.m. La organización, en su segunda generación, complementa la venta de papa con su cultivo y con la ganadería de leche. La unidad familiar está intacta y es normal que en un fin de semana en la casa de don Víctor y Teresita se congreguen 20 personas, incluyendo a sus ocho nietos.
¿Y hay mucho estrés en la venta de papa? Uffff, dicen en coro Víctor Hugo y Edwin, "porque se sabe a qué precio se compra hoy, pero no a qué valor se venderá mañana".
"Uno vivía humillado aquí": los Duque
Don Jesús María Duque, quien se la pasaba de feria en feria comerciando animales, les inculcó a sus ocho hijos que había que salir a recorrer el mundo, solo, para ver qué tan persona era uno. A los 17 años le llegó el turno a Antonio. Durante cuatro años caminó por el Valle, Pereira y Armenia, ganando entre 3 y 5 pesos semanales.
Las ganas de estar en familia lo trajeron de regreso a su natal Santuario, en donde atendía con sus hermanos una tienda. En 1963 los Duque vinieron a dar a Medellín y se especializaron en la venta de arroz, fríjol y maíz. Francisco, Arturo, Gabriel, Gilberto, José María y Antonio eran tan unidos en el hogar como en los negocios. La primera prima de un local comercial la adquirieron en pleno Guayaquil, en donde vendían los productos que les compraban a encopetados comerciantes, con pinta de banqueros. Ya sin amargura, Antonio confiesa que "uno vivía humillado aquí". Al mediodía las puertas de sus proveedores se cerraban hasta las 2:00 p.m. y lo que más piedra les sacaba es que cuando de un arrume de bultos querían el cuarto, les decían que si no les gustaba el de arriba, no había negocio. "El de la plata es el que manda", se dijeron a sí mismos los Duque, y prometieron cambiar ese maltrato que otros comerciantes les daban a sus clientes.
De Guayaquil pasaron a la carrera Cúcuta. El amplio local les permitió montar hasta trilladora. De ahí saltaron a La Mayorista, en diciembre de 1980. "Aquí nos crecimos", exclama Antonio.
Ya es casi leyenda familiar la época en que el mozuelo Duque se iba para Dabeiba a traer, en dos o tres viajes, entre 8 y 10 toneladas de fríjol. Hoy, en un día normal, de Mundial de Granos y Panela salen con mercancías 50 vehículos, desde motos hasta tractomulas.
La firma es fuente de empleo directo para 20 personas y despacha, según Ignacio Duque, hijo de don Antonio, un promedio mensual de 200.000 kilos de maíz, 40.000 de fríjol y 200.000 de arroz. La velocidad de los negocios lleva a que éstos se hagan de palabra. Solo un 30 por ciento de su clientela llega físicamente a la plaza.
Antonio comenta que tuvo clientes durante 40 años, a los que nunca les vio la cara. Eran de la lista de los buenos. Él les mandaba
el producto y ellos la plata. Así de simple. Desde hace una década Antonio les entregó las riendas de la organización a sus hijos, Ignacio, Damián y Mauricio Duque Serna, quienes, desde pequeños, habían aprendido el oficio en La Mayorista.
La segunda generación afronta retos, como la baja en el consumo de granos. Los hogares comen menos fríjol y solo un dos por ciento de los menores de 15 años toma aguapanela. Por eso los Duque han incursionado en la venta de concentrados para animales.
Antonio les sigue dando buena sombra a sus hijos. Se le ve tranquilo, sentado cual bonachón patriarca, y feliz con su obra: "me casé sin un peso y levanté ocho hijos. Hemos comido y pasado sabroso".
"Traiga al trabajo la paz del hogar": Miguel y Carmenza
"Todo es para el Señor. Nosotros solo somos sus instrumentos". Con esa piadosa expresión termina Carmenza Ruiz la historia de su marido, Miguel Restrepo, y de la firma que lidera la comercialización de yuca y plátano en La Mayorista.
Miguel nació en Santa Rosa de Osos. A los 10 años caminaba por las calles de Medellín. Y a los 13 comenzó a trabajar con su tío, Francisco Restrepo, quien lo formó en el manejo de ambos productos. En 1995 le dio por independizarse. Encima tenía un capital, prestado, de cinco millones de pesos. Tres años más tarde estaba enculebrado hasta con su administrador. Debía 150 millones de pesos que lo tenían al borde de la quiebra. Como dicen por ahí, cuando Dios no baja, manda el angelito. En su caso, fue su esposa quien llegó a la empresa e influyó fuertemente en su salvación, respaldados, por supuesto, por unos clientes y proveedores que siempre les dieron la mano.
"Dios me guía para todo esto", añade Miguel, patrón de 22 personas que están en su nómina y quien, a finales de la década de los 90, se convirtió en el primer importador de plátano de Ecuador.
Su jornada, que va de las 2:30 a.m. a las 12 del día, está regida por el principio de "obre bien y le irá bien". A toda su clientela la trata con igual respeto y calidez. Las recompensas, aunque no se busquen, llegan solas. Un cliente de dos o tres kilos de plátano se puede convertir con el tiempo, y de hecho le ha pasado, en un comprador de 20.000 kilos y más. No se asombren. En La Mayorista es normal que las grandes fortunas caminen envueltas en prendas sobrias, sencillas, que pueden inducir a engaños. Armenia es su principal despensa para el plátano, el mismo que pone en Medellín y en diferentes pueblos antioqueños. En el 2009 lo llevó más allá, pues exportó a República Dominicana. La yuca también es de Armenia y Urabá.
En promedio, mueve semanalmente 150 toneladas de plátano y 120 toneladas de yuca, una cantidad que le alcanza hasta para abastecer supermercados de La Mayorista. El plátano más caro que ha manejado fue a 1.100 pesos el kilo. La escasez y la necesidad eran grandes. Un cliente le dijo que se lo pagaba a 1.500 pesos. La oferta fue rechazada, porque ya tenía comprometida esa producción. También le han tocado precios por el piso, como los 500 pesos el kilo registrado entre septiembre y octubre del año pasado.
A Miguel le bailan los ojos cuando habla de Carmenza. Igual felicidad refleja su rostro al comentar sobre sus hijos. Harvey es un fisioterapeuta, especializado en Australia, gomoso del fútbol, y su ayudante los domingos. Y Manuela es una joven alegre, encarretada con la equitación, amorosa y que vive muy pendiente de su familia.
Él también tiene sus claves del éxito: "Usted es el negocio; si no está presente, no es lo mismo". No hay que dejar caer la fe. Ser honesto con clientes y proveedores. Mantener una buena energía. Tratar bien a los empleados. Humildad y respeto por las personas". Y qué tal esta última recomendación: "Traer al trabajo la paz del hogar".
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