El País
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Se fue Hernán Nicholls, el bohemio, el conversador, el padre de sus amigos, el de las ideas brillantes, el genio del ‘slogan’.
Perdido en un aviso
Hernán Nicholls Santacoloma era el profeta, el de la inspiración divina, el hombre capaz de hacer un poema a un recién nacido, el que decía que uno tenía que ser padre de los amigos y amigo de los hijos, el que no tenía problema para comerse un Kokorico frío y definirse como un ‘poeta varado en un aviso’.
Era un conversador nato, que resistía las palabras sin beber un vaso de agua, pero si fumando un Lucky Strike sin filtro. Todos le creían y no se pasaba hablando insensateces porque no era insensato. No era el jefe odiado que desprecian sus empleados, al contrario, la gente lo esperaba al lado de la puerta mientras él la cerraba, para seguir escuchándolo.
Creía que la poesía era más bonita que el mercadeo. Y si uno ve cada frase, cada ‘slogan’, cada minuto de su vida, cada paso que dio fue poesía pura, fue tal vez uno de esos últimos bohemios de verdad que caminaban sin piedad y sin agüeros.
“Uno se podía quedar escuchándolo todo el día y le servía para toda la vida. Hacía sobrevivir a todo el mundo. Si creen que fue el hombre de la publicidad, yo diría que fue el hombre de los ‘slogan’. Era simplemente único porque sabía lo que quería el ser humano”, recuerda Salvador García, quien acompañó al maestro por más de 30 años y fue uno de sus primeros alumnos en Sancho & Nicholls, la mítica agencia donde don Hernán pensó para el mundo.
‘Slogan’: criaturas inmarcesibles
Tuvo un equipo de miedo cuando trabajó en los años setenta: Fernell Franco, Carlos Duque, Andrés Caicedo y Gonzalo Arango, entre otros. Allí, nadie sabía quién podía tener las ideas más claras y las aventuras más locas. “Siempre ganaba Nicholls. Él era líder”, sentencia García. Era de los que decía que los ‘slogan’ eran criaturas que se echaban a caminar y por ahí “andaban inmarcesibles”.
De joven le gustaba mucho la rumba y fueron míticas esas fiestas en La Dicha, la finca en la zona de Potrerito donde no había equipo de sonido sino fogatas, vino y charla. Y su whisky que no cambiaba por nada. Nadie, cuenta García, extrañaba la música porque armaba una fogata que duraba tres horas y Hernán se quedaba entreniéndolos.
Amaba la lectura y se inventaba la poesía que quería, sin afanes, con la soltura que ofrece un cantante en vivo. Pudo tener una decena de libros con sus frases líricas o épicas, pero prefirió guardarlos para sus amigos que lo escuchaban por tener versos amplios y una espiritualidad libre de dogmas donde toda era posible. Eduardo Romero, uno de sus cómplices, dice que “Hernán era muy kafkiano. Le encantaban Marcel Proust, James Joice y Walt Whitman. En sus últimos años se jactaba de que se parecía a Whitman”. Y se parecía en su imagen y trabajo agreste.
Sin duda era un ‘aprendiz de poeta’, como lo llamaban sus amigos, tenía el humor negro de los personajes de las películas de terror y cuando a alguien le daba por pedirle una frase para una aventura comercial le llegaba con 20 ideas de un nivel insospechado que atropellaban.
Romero cuenta que “nunca lo oyó quejarse de la vida, en función de la muerte. Se quejaba del cascarón, de las dolencias del cuerpo, pero nunca hablaba de la muerte como tal. Tenía una gran tranquilidad y frescura en el alma. No anunciaba la muerte. Él creía en su inmortalidad”.
Padre de los amigos
Arrojo tenía, como aquellos guerreros medievales que no se rinden así no tengan armas ni escudo. “Su cuerpo estaba deteriorado por tanto palo que se dio en la vida, entre otras cosas. Sin embargo, a sus 78 años su mente estaba completamente joven”, sostiene su amigo. Prueba de ello era la cantidad de jóvenes que buscaban al maestro “amable, cercano y cálido, que siempre tenía una respuesta precisa a la pregunta más compleja”, como lo atestigua su colega, amigo y compañero de Colectivo, Mario Germán Caicedo.
La frase que solía repetir, según otra buena amiga, la periodista Nur Cure, era: “Si uno es padre para los amigos, debe ser amigo para los hijos”. Para ella, sin duda, se trataba de “un hombre encantador, amigo de sus amigos, el soñador que todos buscábamos ser. Auténtico hasta el final”.
Su color era el morado, ese púrpura que viene de la mora, del azul cielo. Ese morado obispo que llevan los toreros a una lidia con la vida. Ese que para él simbolizaba la sabiduría. “Seguro”, apunta Romero, “que hasta los calzoncillos tenían ese color”.
Tenía en el diccionario de María Moliner, obra monumental de referencia para la lexicografía española, su libro de cabecera. Creía que su estilo convencional a lo mejor lo traicionaba. Pero abría las páginas y se sentía culto.
Del dinero prefería no hablar. Romero afirma que “Nicholls creyó más en la publicidad que en el negocio, hizo grandes campañas y nunca tuvo dinero. Murió rico en ideas, pero pobre en el banco”.
Era rural, a pesar de tener esos visos de familia inglesa y paisa regados por todo el cuerpo. Se había retirado a la montaña, a su finca en Felidia, a Las Nieves, donde los árboles no ponen cuidado y los pájaros aún se despistan. En Cali vivía con Andrea, la menor de las tres hijas que tuvo. Era feliz en su ciudad, aunque prefería la naturaleza. Hasta sus últimos días trabajó en su libro ‘La historia de la publicidad en Colombia’, su historia contada por sus amigos. Y como los grandes hombres se mueren los viernes por la tarde, a Hernán Nicholls Santacoloma le dio por morirse este día sin decirle a nadie, ni a él mismo. Y se fue. Y dicen que hizo las cosas bien.
Maestro de maestros
Era un poeta frustrado, tan frustrado que adoraba la publicidad pero le puso ese remoquete de que ‘era el servicio militar de la literatura’. Cero musical. Cero cineasta. No le gustaba comer, sino escribir y devorar libros. Le encantaba la poesía y se le facilitaban las Ideas Claras, como le decían a la agencia que fundó en 1965, donde se le ocurrieron las mejores al lado de Fernell Franco y Carlos Duque.
Con ellos fue pionero en la fotografía publicitaria con campañas como las de Sidelpa, La Garantía, la Fundación para el Desarrollo Industrial y el Banco de Occidente, por citar algunos casos, y luego inventaron el modelaje publicitario, en el que los de Nicholls llegaron a ser consumados artistas.
Obsesivo con el trabajo, exigente en el buen manejo del idioma, nunca entendió ni manejó los computadores, aún escribía en su vieja máquina de escribir, en eso aún seguía en los años 60, pero en su manera de comunicar iba a la par con el Siglo XXI.
El propio Nicholls contaba que cuando se “atrevió” a presentarse como publicista, la mayoría de la gente preguntaba que eso qué era. Y aunque en Antioquia ya había poetas escribiendo avisos en prosa y en verso, en Colombia esa profesión era una novedad. “Y como nadie me enseñó, casi terminé diciendo que me la había inventado”, confesó él una vez.
Múltiples frases como: ‘Kokoriko no tiene presa mala’, ‘ Carvajal hace las cosas bien’ -de Carvajal S.A.- ‘Protegemos por naturaleza’ -de Cartón de Colombia- y ‘Calidad a toneladas’ -de la siderúrgica Sidelpa- nacieron de su genialidad, así como nombres de empresas y productos vigentes y prósperos.
Fue maestro de maestros. El escritor caleño Andrés Caicedo fue ‘copy’ en su agencia. Con Antonio Azcona, un diseñador español que hoy es un pintor de reconocido prestigio, manejó una sucursal de la agencia Corso en Cali. Con Carlos Mayolo trabajó en la producción de cine y televisión. Del fotógrafo Carlos Duque fue mentor. Y hasta publicitó el nadaísmo, junto a Gonzalo Arango con el que, decían, se asemejaba mucho físicamente.
Con Jaime Correa López formó una dupleta que por diez años lideró la publicidad de las empresas vallecaucanas.
Llegar a trabajar y visualizarlo era contagiarse de su armonía. Así lo recuerda el premiado diseñador y cercano amigo Salvador García: “Cada reunión, cada idea, salía de una anécdota. Su trabajo partía no de las ordenes que da el mercado sino el hombre. La poesía era primero y Walt Witman era su interlocutor. Cuando nos reuníamos con él a trabajar era una caja de sorpresa. Nadie imagina lo que salía un lunes en la mañana: creación pura, de frases memorables, de ideas sorprendentes”.
En los últimos años encabezaba el Colectivo Publicitario del Valle, al ser convocado por la Cámara de Comercio, para desarrollar campañas a favor de la región y de los intereses del Valle del Cauca: junto a sus colegas Carlos Duque, Salvador García, Luis Fernando Manchola, Peter Martin, Eduardo Romero, Mario Fernando Prado y Mauricio Cuellar, que dieron a luz frases como: “Ponga la cara por Cali, vamos todos a votar” y “El Valle nos toca, clima de prosperidad”.
‘Ernani’
Hernán Nicholls había nacido en mayo de 1931 en una finquita situada en el municipio de Risaralda, Caldas. Se crió en un Manizales de gentes muy pegadas de sí mismas y con ínfulas aristocráticas, y aunque de estudiante azotó los tablones del viejo Instituto Universitario, proletario y democrático, se le pegó el ‘chicle’ de los apellidos.
Por eso, gozaba contando que era biznieto de mr. Edward Nicholls, un inglés que vino a Colombia porque Francisco de Paula Santander vendió unas minas de oro a los británicos para pagar la guerra del Perú en 1825.
Después de muerto don Eduardo, fue expulsado del cementerio de Rionegro (Antioquia) porque en su lápida grabaron un ancla. A las beatas y los curas eso les pareció una cruz patasarriba, por lo cual determinaron sacar al inerme e inerte ‘hereje’ del camposanto.
Hernán era nieto de don Rubén Santacoloma, un señor que escribía poemas, y sobrino del poeta Gilberto Garrido, otro señor que sabía vivir de los versos.
A pesar de tan impresionante estirpe, Hernán estaba condenado en Manizales a vegetar en puesticos de media petaca, pues aunque tenía apellido ‘raro’, que tanto gustan allá, no tenía nada en el bolsillo. Entonces vino a dar a Cali, por allá en 1957.
A los pocos meses era periodista en ‘Relator’, donde firmaba con el seudónimo ‘Ernani’, que si bien es acrónimo de Hernán Nicholls, también es un personaje de
Víctor Hugo y una ópera de Verdi. ¡Casi nada!
De ahí a desatar al publicista, hubo un paso: llamó la atención por la audacia literaria de sus escritos y la imaginación que ponía en ellos. Entonces desde Bogotá se determinó que semejante talento no podía desperdiciarse en el periodismo.
Nicholls comenzó como empleado de una agencia; luego fue representante y por último fue su propio patrón. Y sin proponérselo, o tal vez proponiéndoselo pero sin medir las consecuencias, comenzó a cambiar la forma de hacer publicidad en Colombia.
Se le ocurrió cambiar los dibujos a tinta china de los anuncios periodísticos, por fotografías. Y comenzó a soltar frases sonoras, pegajosas, rimbombantes, que vendían lo que fuese que anunciaran.
Y cuando tropezó con la prohibición eclesiástica de usar modelos reales en la publicidad, permitiendo sólo maniquíes, apeló a la malicia de los Santacoloma y la poética de los Garrido, que corrían por sus venas, entreveradas con glóbulos, plaquetas y vasos de whisky.
Como en Cali no había modelos, Hernán convenció a unas chicas de la sociedad de posar en ropa interior para un comercial de televisión. Les advirtió que debían estar tan quietas y frías que parecieran maniquíes, so pena de recibir todas un baculazo desde el palacio episcopal.
Las jovencitas parecían estatuas mientras la cámara recorría sus virginales curvas, mostrando cucos y brasieres sin estrenar. Cuando enfocó el último rostro, el párpado izquierdo, coquetamente, picó el ojo a la teleaudiencia.
Había muerto Ernani y comenzado el modelaje en Colombia. La leyenda Nicholls había escrito el primer renglón.
En sus palabras
"Hernán Nicholls nunca se rigió en el orden del mercadeo sino en el orden del hombre. Es decir, era de los que imprimía poesía, pero no marketing. Era puro": Salvador García, publicista y amigo.
"Fue uno de los más grandes maestros creativos que tuvo Colombia. Lo llamaban ‘El Profeta’ porque se anticipó a muchos. Era un libre pensador”: Mario F. Prado, publicista.
"Era un bohemio por naturaleza, sensible, un gocetas de la vida envidiable. Se gozaba todo. Era la versión masculina de Fanny Mickey en Cali”: Micky Calero, fotógrafo.
"Era la cabeza de la publicidad en el Valle. Nos sorprendía con una mente tan creativa a su edad. Un hombre de frases. Un profeta. Nos va a hacer mucha falta”: Mauricio Cuellar, colega y amigo.
"Estamos acabando con todo gracias a la moda. Ya no sirven las cosas permanentes, incluso la cultura”: Hernán Nicholls, publicista.
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