La historia detrás de la caída de Justo & Bueno, la cadena que no pudo con D1 y Ara - LAS2ORILLAS

La historia detrás de la caída de Justo & Bueno, la cadena que no pudo con D1 y Ara

La historia detrás de la caída de Justo & Bueno, la cadena que no pudo con D1 y Ara


La caída expuso deudas millonarias, locales arrendados sin respaldo y fallidos rescates internacionales que dejaron a proveedores y empleados en el limbo
Por: Las Dos Orillas | noviembre 26, 2025



Justo & Bueno fue una de esos almacenes que nació para demostrar que en Colombia era posible comprar a precios bajos sin sacrificar calidad, con tiendas pensadas para quienes buscaban ahorrar sin renunciar a lo básico. Fue la apuesta de un modelo que imitaba el éxito de formatos europeos de descuento duro y que, al aterrizar en las ciudades colombianas, encontró un terreno fértil en barrios donde el día a día se mueve por centavos y oportunidades.

La empresa tomó forma en 2015 y abrió su primera tienda en Bogotá al año siguiente. La escena era modesta: un local pequeño en el barrio Restrepo, estanterías recién armadas y un equipo que creía que la fórmula podía funcionar. Para sorpresa de muchos, funcionó más rápido de lo imaginado. En cuestión de meses, la marca pasó de ser una novedad a convertirse en un visitante habitual de cada cuadra, aquella tienda que aparecía en la esquina antes de que los vecinos se dieran cuenta de que hacía falta.

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El crecimiento fue espectacular. Hacia finales de 2016 ya contaba con más de cien tiendas, cientos de empleados y una ambición que no parecía tener techo. Su estrategia tenía dos pilares: trabajar con proveedores pequeños y evitar comprar locales propios. Arrendaba todo, desde los espacios hasta parte del mobiliario. Con eso reducía costos iniciales y aceleraba aperturas. Y esa velocidad, al principio, fue la clave.

Pero detrás del avance vertiginoso había una fragilidad que casi nadie detectó. El negocio había sido montado como una estructura que dependía de muchos terceros. La compañía operaba, pero los locales eran de otros, los congeladores eran de otros, la estantería era de otros y hasta algunos productos dependían de contratos que no siempre aseguraban estabilidad. Mientras la expansión se mantenía, ese modelo parecía práctico. Cuando la situación económica se complicó, dejó de serlo.

Los años previos a la pandemia fueron de competencia intensa. D1, que para entonces ya pertenecía al Grupo Santo Domingo, seguía creciendo con disciplina. Ara, respaldada por el gigante portugués Jerónimo Martins, iba conquistando regiones completas del país. Entre las tres cadenas se consolidó una lucha silenciosa por el dominio del descuento duro, un mercado que cada vez se hacía más grande gracias al cambio en los hábitos de consumo. La gente buscaba marcas fáciles de identificar, precios bajos y compras rápidas. Justo & Bueno logró mantenerse en ese juego durante un tiempo, pero empezó a ceder terreno cuando su base financiera se volvió demasiado frágil para sostener el ritmo.

La pandemia terminó de exponer las grietas. Mientras el país se encerraba, la cadena dejaba de vender al mismo ritmo. Los costos seguían igual, pero los ingresos no. Y el modelo, que funcionaba con mucha caja y muchas tiendas abiertas, empezó a revelar su talón de Aquiles: no tenía activos que sirvieran como respaldo cuando la situación lo exigió. La deuda comenzó a crecer y alcanzó niveles que hicieron imposible seguir operando con normalidad.

Para cuando la emergencia sanitaria dio paso a la reapertura, la empresa ya estaba en un punto crítico. Se acumularon retrasos con proveedores, se frenaron pagos a empleados y se multiplicaron los rumores sobre inversionistas que llegarían a rescatar la operación. Promesas de fondos internacionales aparecieron una y otra vez, desde supuestos capitales rusos hasta ofertas norteamericanas y propuestas de origen chino. Ninguna logró estabilizar la compañía. Algunas alcanzaron a poner pequeñas sumas de dinero, pero no lo suficiente para detener el deterioro.

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Las dificultades crecieron a tal punto que la expansión, en lugar de detenerse a tiempo, continuó. Se abrieron más tiendas justo en los años en los que las ventas empezaban a resentirse. Incluso se intentó entrar a Panamá, un movimiento que terminó absorbiendo recursos que la organización no podía darse el lujo de gastar. Mientras las dos cadenas competidoras seguían robusteciendo sus operaciones, Justo & Bueno tomaba decisiones que aumentaban su vulnerabilidad.

Cuando la insolvencia se hizo evidente, la Superintendencia de Sociedades ordenó el proceso de liquidación. Ese fue el momento en que quedó claro que la cadena no tenía bienes suficientes para cubrir lo que debía. Los locales no eran suyos, los equipos tampoco y parte del inventario dependía de terceros. Para proveedores y trabajadores fue un golpe duro. Para los consumidores, un recordatorio de lo rápido que puede caer un negocio que parecía estable.

La historia tuvo un último capítulo cuando surgió la posibilidad de un salvavidas de la mano de un nuevo inversionista. La firma Lobbying & Consulting inició conversaciones para conseguir un aporte financiero capaz de reactivar la operación. Se habló de decenas de millones de dólares, de la posibilidad de reconstruir la marca y de una transición que, si se lograba, permitiría pagar deudas y recuperar empleos. Pero el tiempo y la realidad del mercado no jugaron a favor. La competencia ya había consolidado su dominio y el hueco financiero era demasiado grande.

Ya casi terminando 2023, Justo & Bueno fue liquidada. Lo que alguna vez fue una de las cadenas de descuento más visibles del país terminó apagando sus avisos sin posibilidad de retorno. Sus locales fueron ocupados por otras marcas, algunos regresaron a propietarios privados y otros quedaron vacíos, esperando nuevos inquilinos

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