Astor: Del monopolio y liderazgo absoluto… ¿al olvido?
Son varias las marcas que hemos visto crecer, liderar el mercado, conquistar la mente y el corazón de los consumidores y convertirse en monopolio absoluto de una sociedad. Sin embargo, no es raro ver cómo, en la medida en que van pasando los días y nuevos competidores van penetrando el mercado, la que era líder se confía o se descuida y al cabo de un tiempo pasa al olvido. Se trata de casos como la famosa fábula de La Liebre y La Tortuga, o como diríamos en mercadeo, el típico síndrome de Thomas Lawson.
La Repostería Astor, fundada en 1930 en Medellín (Colombia), empieza siendo una verdadera historia de amor y de éxito. El suizo Enrique Baer que fue enviado a Suramérica por motivos laborales, terminó, en compañía de su esposa, abriendo el Salón de Té más elegante de la ciudad, donde recibía a la aristocracia paisa con manteles finamente bordados, vajilla de porcelana pintadas a mano, copas de cristal y cubiertos, teteras, tazas y bandejas de plata.
El deleite de las jovencitas que visitaban el salón de té en compañía de sus hermanas, amigas o sus novios, era saborearse las más exquisitas recetas suizas en chocolatería, pastelería, confitería, heladería y galletería. Además de los hasta hoy famosos “moritos” en forma de sapo que son toda una insignia de la imagen de la marca.
Como dato curioso, el nombre que se le quiso dar a las pequeñas porciones de ponqué, era “morritos de bizcocho”, que por el acento de su fundador y su dificultad al pronunciar la doble erre en español, lo llamaba “moritos de bizcocho”. Esta denominación evolucionó hasta convertirse hoy en el cariñoso y coloquial naming de “los moritos del Astor”.
Han pasado más de 80 años desde aquel entonces, y hoy el mercado goza de múltiples heladerías y reposterías, unas de ellas son franquicias que invaden las plazas, otras enormes cadenas internacionales y algunas, pequeños talleres de dulces artesanales, personalizados que se convierten en un derroche de sabores de vanguardia.
La situación anterior, aunque es atractiva para el consumidor, se ha convertido en una verdadera amenaza para el Astor, que podría convertir al líder de hace tantos años, en una marca que quedará en el olvido y sólo será historia de la juventud de los abuelos.
Conscientes de esta situación, y seguro, conocedores de empresas que han terminado sus historias después de haber sido las más grandes, el Astor, según la Directora de Marketing, sabiendo que su marca envejece, introduce un nuevo lema comercial: “bienvenidas las nuevas generaciones”. Así, con nuevos puntos de venta y algunos cambios en el menú, pretende conquistar a los más jóvenes, cada vez que estos quieran tener un dulce momento.
Sin lugar a dudas, el Astor es una marca que goza de una herencia de marca como pocas, es el típico regalo que todo aquel que viene a Medellín quiere llevar a sus familiares como el mejor suvenir, es sinónimo de tradición y de la mejor conquista al paladar con sus originales recetas suizas. Sin descuidar al consumidor tradicional y llegando a los nuevos consumidores de la media tarde, el Astor debería rescatar su ADN de marca y, por qué no, convertirse en la retromarca número uno en la mente y en el corazón de jóvenes y viejos.
Tratar de verse de vanguardia, moderna y sofisticada con las últimas tendencias, es un ejercicio, que por su esencia no lo están desarrollando con éxito, y por el contrario, le están dando la espalda a lo que los ha hecho triunfar desde sus inicios.
¡Para pensar señores del Astor porque los paisas no queremos que pierdan su sabor tradicional!