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lunes, febrero 04, 2019

SEARS EN COLOMBIA CON RECUERDOS DEL 9 DE ABRIL DE 1948 Y OTROS TEMAS


SEARS EN COLOMBIA CON RECUERDOS DEL 9 DE ABRIL DE 1948 Y OTROS TEMAS

Por MADIER

Bogotá, enero 27 de 2019
Se conoce como El Bogotazo a una serie de disturbios ocurridos en la capital de Colombia, Bogotá, que fueron consecuencia del asesinato al líder del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán, ocurrido el 9 de abril de 1948 (Wikipedia)



Este es un relato de Alberto, hermano de Alfonso Diaz Garcia (Al), primo de mi padre y quien trabajaba con Sears en Estados Unidos. Comentario de Madier.
Relato de Alberto Díaz García
Mi hermano y su esposa se mudaron de Filadelfia a Bogotá en 1946.Había sido enviado por Sears a gerenciar su primer almacén en Suramérica, un almacén por catálogo en donde los clientes colocaban los pedidos de la mercancía que allí se anunciaba.

Era un ensayo para ver si el concepto Sears era viable en Bogotá. Y por supuesto que así fue, los paquetes venían mensualmente en vuelo chárter de PanAmerican Airways, ´Panam¨, en aviones Constellation y cuando la demanda se desbordaba para fin de año, enviaban dos vuelos. 

Vivían como reyes cuando eran enviados al Sur o como ellos decían, allá abajo (down there).

Un apartamento dúplex en un edificio emblemático, dos sirvientes permanentes y uno de por días. Un gigantesco Packard, el rival del Cadillac por esa época, el cual erróneamente era confundido con el del presidente de la República. Esta opulencia era más que todo el resultado de ser pagado en dólares, la moneda más fuerte de esa época.
El gobierno colombiano se esforzaba por mantener una tasa de cambio de más o menos dos pesos, pero era un cálculo irreal e insostenible. El cambio real y el que la mayoría de la gente aplicaba eran ocho pesos por dólar.

Cuando fui a Bogotá, durante esos dos veranos, usualmente pasaba los fines de semana en el almacén de Sears que ya se había inaugurado. Para nuestra media mañana, nosotros y los directivos, íbamos a un café donde yo siempre pedía Coca Cola y empanada.

Las empanadas colombianas, al menos las hechas por mi madre y las que servían en los cafés, eran pequeñas, más o menos de 3 pulgadas de largo, con una cubierta delgada y tostada. Tenían un ligero parecido a las empanadas que había visto en otros países Latino Americanos y a las que se vendían en Estados Unidos. Esas eran grandes, tenían una costra gruesa, similar a las de los pasteles (pies americanos) y era un pastel de carne similar a los que se venden en Inglaterra. Las colombianas eran rellenas de arroz, mi madre decía que era importante usar el arroz sobrante y no el recién hecho, huevo cocido picado, trozos pequeños de carne y condimentos. Eran deliciosas y cada día ansiaba ir a tomar mi media mañana. Usualmente mi hermano y yo íbamos a almorzar a su apartamento, a no ser que tuviera una cita de negocios y en ese caso yo quedaba por mi cuenta y cuando esto ocurría, iba a mi café favorito a tomarme una Coca Cola y un sándwich de jamón y queso.

Así como con las empanadas, tenía una fijación por estos sándwiches. Cuando regresé a Colombia en 1974 una de las primeras cosas que hice fue ir a buscar cafés y empanadas. No encontré ninguno.

Cuando le mencione esto a mi primo Octavio, me dijo que el tipo de empanada de la que yo estaba hablando había sido reemplazada por una torta grande de carne. De los cafés por los que preguntaba, aun había muchos, pero cuando me llevo a uno, resulto ser de un rango social alto, en un vecindario adinerado, digamos un sitio donde los yupis van y no se parecía en nada a los viejos cafés.

Al final de los años cuarenta el aeropuerto de Bogotá era llamado Techo, lo cual significa ¨roof, en inglés, un nombre apropiado, creí, ya que uno tenía la idea de estar aterrizando en el techo del mundo. A 8.700 pies, Bogotá es una de las capitales más altas del mundo.
Adicionalmente a su elevación, su ubicación es inusual ya que se encuentra en una gigantesca sabana en vez de una cima.
Viniendo del aeropuerto en 1946 pensé que alguna persona importante había muerto y la ciudad estaba de luto ya que la mayoría de los hombres vestía de manera depresiva, con vestido oscuro. No había suéteres o abrigos de sport a la vista. Pronto aprendí que ésta es la manera en que el típico Bogotano de cierta clase social, viste. Mientras nos acercábamos al centro de la ciudad también note que la gente caminaba por la calle a pesar de haber andenes, lo cual volvía lento el tráfico automotor. 

Además del vestido oscuro era importante tener meticulosamente embolados los zapatos.
Una embolada en la mañana con uno de los muchos embaladores que había era un ritual tan importante como el tinto en el café. Mis primos Manuel y Mario eran ambos estudiantes de medicina en Bogotá en 1946. Recuerdo que cada no tenía dos vestidos, un gris oscuro y un marrón, el gris para hoy, el marrón para mañana. Vivían en una pensión y su primera parada después del desayuno, era para embolarse.

Me sorprendió enterarme de que la gente contesta el teléfono en Bogotá con una sola palabra: “A ver”. A ver significa más o menos: “que quiere" y siempre me pareció abrupta, aunque también puede traducirse como: “A la orden".

También era costumbre referirse a los colombianos con ancestro del Medio Oriente, como "turcos”, inclusive si el antepasado era turco o no, o "polacos"(Poles). El último no tenía sentido para mí.

Cuando vine en 1948 la ciudad estaba bajo control militar debido al asesinato de Jorge Gaitán, un líder de izquierda, el 9 de abril. Esta ha sido una fecha infame en la historia de Colombia, a la cual se refieren simplemente como: el nueve de abril. También se le conoce como el bogotazo. Muchos de los problemas de hoy en día, se cocinaron a partir de ese incidente. Mi hermano Alfonso estaba en Bogotá ese día y aquí está su relato:

"viernes 9 de abril de 1948 por la mañana.

En Bogotá era como cualquier otro día, con los negocios y asuntos personales de rutina.
Como de costumbre, fui a almorzar a nuestro apartamento en el carro y regresé a la oficina hacia la 1pm. Cuando iba por la carrera séptima, note en la distancia que obreros que trabajaban en la estructura de un nuevo edificio corrían hacia el frente de la obra.
Creí que alguien había caído, pero cuando llegue al edificio, el cual queda a cuatro cuadras de Sears, la gente corría sin rumbo, con desconcierto en sus caras y miradas de estupefacción e incredulidad. Enseguida escuche un murmullo inaudible: Le dispararon a Gaitán.

El ambiente se puso tenso, los hombres gritaban y lloraban, las mujeres estaban histéricas. Se podía sentir el temor y el odio. Se me hizo difícil manejar a través de la amenazante y creciente turba. Algunos se acercaron a mi ventana y gritaban "Venguemos a Gaitán" y otros trataban de pararme.
Crucé la carrera séptima y Avenida Jiménez a escasos cuarenta pies de donde Gaitán había sido asesinado. Arriba por la séptima y hacia la Plaza de Bolívar subía una creciente turba.
Después caí en cuenta que llevaban de rastra el cuerpo del asesino hacia el Palacio Presidencial a diez cuadras de distancia. Era arrastrado, empujado y rodado, dejando una masa desfigurada de carne y sangre.
Al momento de llegar a Sears ya había gente de las directivas ahí. A la una y media la radio anunció que un hombre desconocido le había disparado a Gaitán cuando salía de su oficina. El asesino ha sido asesinado. Los conservadores han sido señalados como responsables del asesinato del carismático líder de izquierda Gaitán, al que quizás han sacado a la fuerza de su oficina. La revolución estaba al alcance de la mano.

John Crystal, un empleado de Sears, llego. Había estado en el sitio del asesinato momentos después de que sonó el tiro y vio cuando metieron a Gaitán en un taxi.

John y yo y el resto de los ejecutivos bajamos a la carrera 7 con Jiménez para ver que estaba pasando. La gente regresaba de almorzar y las multitudes crecían cada vez mas. Los cabecillas llamaban a venganza. “Vamos a El Siglo" oímos. Poco tiempo después no quedaban si no ruinas de este diario Conservador.

El infierno se desato. Nos metimos al almacén. Ahora (1:45) toda la plana mayor regresaba de almorzar. Quitamos la mercancía de la mayoría de las vitrinas y guardamos los papeles más importantes en la caja fuerte.
Crystal y yo nos armamos con dos revólveres calibre 38 y 25 recargas de balas. Afuera había sido desplegada la policía, pero la chusma los superaba en número ya que aumentaba en tamaño y en furia. A un joven policía intentaron desarmarlo, sus compañeros, incluidos los comandantes, lo abandonaron. Se abrió solo y pasó a escasos cinco pies de nosotros con la turba pisándole los talones. Media cuadra más arriba lo mataron a golpes.

La turba estaba abriendo los vehículos y prendiéndoles fuego. En un instante alcanzaron mi carro que estaba estacionado al frente de la calle. A pesar del peligro corría fuera, sentí que el carro debíamos preservarlo en caso de que tuviéramos que subir a las colinas y manejar hasta el frente de La Residencia Santa Fe. Afortunadamente un torrencial aguacero se desató y enfrió el ardor de la turba hasta cierto punto y preservó el carro, así como lo hicieron las cintas rojas y negras que mis compañeros le habían puesto al carro, la roja representando al partido liberal y la negra el luto por Gaitán. Pero a pesar de la tormenta, la gente continuaba afuera con machetes, hachas y cualquier otra arma que pudieran conseguir.

Los almacenes estaban siendo saqueados.

Cuando regrese a Sears, el edificio enfrente de nosotros era el Ministerio de Educación y las oficinas estaban siendo atacadas. Las máquinas de escribir, calculadoras, archivadores, papeles, muebles, todo estaba siendo arrojado por las ventanas. Le prendieron fuego y en minutos se volvió un infierno. Afuera continuaban quemando vehículos. La policía regreso, pero no para restablecer el orden, sino para unirse a los rebeldes y apoyarlos con armas. A A estas horas los comunistas ya se habían tomado las emisoras y urgían a la gente para que se unieran a la protesta diciéndoles que la policía y el ejercito ya lo habían hecho y estaban con ellos.

Crystal dijo que debíamos irnos y estuve de acuerdo. Una sabia decisión ya que al día siguiente supimos que 18 hombres que se habían quedado a cuidar sus negocios habían sido asesinados y sus negocios saqueados.

Pusimos cintas rojas y moños negros en el centro de las vitrinas y sacamos a la gente por la puerta de atrás, la cual habíamos taponado. John y yo salimos por el frente y a pesar de la chusma logramos bajar la puerta de hierro y asegurarla. Las cintas rojas para el carro y las ventanas provenían de una bandera americana que teníamos en el almacén, la cual lamento haber tenido que destrozar. Afuera debatíamos la posibilidad de desplazarnos hasta mi apartamento en la calle 69. La turba se veía resentida y capaz de cualquier cosa.
Gente furiosa pasaba a nuestro lado gritando "Viva el partido Liberal", "Abajo los conservadores", "Muerte a Ospina" (el presidente, un Conservador).

Nos conseguimos una bandera colombiana y decidimos correr con ella.
Maneje con mi revolver al cinto. Un amigo colombiano se sentó atrás sosteniendo y sacando la bandera por la ventana. Crystal se sentó atrás con su revólver y mi primo Manuel Gutiérrez a su lado. Maneje a toda velocidad, con la sirena prendida y bordeando la ciudad en lo posible. Cada vez que veíamos una turba, yo aceleraba, mostrábamos nuestras armas y mi amigo blandía la bandera, haciendo el mayor ruido posible.
Creo que estos grupos que pasábamos estaban tan asustados como nosotros. De todas formas, pudimos llegar al apartamento sin novedad. Eran ya las 6:15 pm".

Mi hermano ha debido escribir este relato inmediatamente después de sucedidos los hechos y antes de regresar al trabajo ya que no menciona que a pesar de las precauciones que él y sus colegas tomaron, el almacén fue saqueado. Además de arrasar con todo lo que encontraban y destruir el equipo de oficina, la turba también destruyo los artículos prepagados que la gente había ordenado y que estaban listos para entrega. A pesar de que la compañía Sears no era responsable de esa situación, decidieron devolver los dineros que la gente había cancelado. La mayor parte de ese verano la pase reparando el daño que habían causado y devolviendo dineros.

Mi hermano ha guardado los periódicos de los días que siguieron al asesinato. Revisándolos, hay dos cosas que me impactan: La cantidad de destrucción en el centro (edificios destruidos y saqueados, troles y carros quemados, almacenes saqueados, etc.) y el número de fotos del cadáver de Gaitán rodeado de médicos, enfermeras, políticos y demás.

Esto último parece ser una costumbre colombiana.

Cuando una persona prominente es asesinada o muere en un accidente, sus fotos aparecen yaciendo en una camilla, rodeado de cualquier número de personas con anteojos para el sol, todos mirando a la cámara con señales de dolor en sus rostros.

MADIER